Periódicamente surgen diatribas sobre el tema mujeril (si empiezo a poner la palabra feminismo, me cargo el artículo y es el principio) que nos dicen como portarnos. Nos aconsejan, nos opinan; que no debemos cabrearnos si nos sentimos discriminadas. Unas veces son escritores famosos como Marías o Pérez Reverte, pero también señoras prestosas, como Cristina H. Sommers, que nos da consejos bienintencionados, que de todo hay. Nos vienen a decir, que lo mismo es cosa nuestra, de nuestras hormonas, que tenemos la piel fina y nos importuna cualquier broma, acoso, o violación y claro, a ellos les asustamos con tanto impedimento. Es que como somos. Si a una mujer le abusan y violan cinco hombres de forma violenta, alevosa y nocturna, lo normal es disfrutar, porque los chicos son majos, tienen éxito con las mujeres y debiéramos sentirnos honradas de que nos intenten cazar como a liebres.
Si nos pagan menos, si nos dicen groserías por la calle, si nos miran por encima del hombro, lo lógico es sonreír con educada calma y agradecer que se nos tenga en cuenta.
De vez en cuando, fíjense ustedes, sale una/o experto/a de prestigio, en esto del tema feminista y nos cuenta que pobres chicos: los tenemos acogotados de tanta exigencia. Y no. Lo que debemos hacer, es solicitar con mesura esos derechos a los que creemos, (solo creemos, está por ver si tenemos), tener derecho. Todo dicho con cariño, con cuidado, sonriendo, porque ya se sabe, ellos no tienen baile de hormonas como nosotras, ni regla, ni menopausia , pero son frágiles como gacelas. Cualquier exabrupto femenino les tambalea la virilidad, tan sensible, tan sutil. Nos aseguran los expertas/os, que nos pasamos mucho. Que estamos enfadadas todo el día, que la tomamos con ellos de forma injusta y desproporcionada.
Seguro que tiene razón, porque a la señora Somers, la entrevista el Mundo y nosotras por aquí andamos, en un blog personal, como mindundis. Me he propuesto a partir de su lectura y de otros comentarios similares, ser mansa y cuidadosa, cual corderilla. Prometo no enfadarme cuando un chico invade mi espacio vital con su mainstream, o cuando se rasca los huevecillos sin pudor, mientras intenta venderme un servicio. Prometo refrenar mi instinto asesino, si me tiran los tejos, a pesar de mi venerable edad, de forma soez, digo no y soy insultada.
Pobres chicos, nuestra falta de aquiescencia ante sus deseos sacrosantos, les produce agresividad. La culpa es nuestra, de verdad. En que estaremos pensando para no doblegarnos a sus gustos, reír sus gracias y ser receptivas, como se hizo siempre. Luego nos quejamos de sus impotencias y gatillazos. Si es que lo queremos todo.