La dura vida de Araceli Cornejo

999500_489046051176941_1948573432_nA veces es muy duro tragarse las babas de este hombre. Sobre todo cuando duerme y me aplasta con la barriga a la vez que babea mi espalda. Nunca pensé, cuando me metí en esto, que fuera tan dificil, la verdad, y mira que me avisaron. “Mira Araceli lo que vas a hacer”, me decía con insistencia Tina, “es muy gordo, que es muy feo”. “Araceli, que tú estás muy bien acostumbrada” insistía con razón. Siempre me gustaron lo guapos. Non tuve problema en conseguirlos, está ,mal que yo lo diga, pero fue así. Pudiendo elegir, porque irse con feos, si todos son iguales de memos, digo yo, y dice la Tina también. En los últimos tiempos  estuve con  Marcelo, que se salía de guapo. Unos abdominales bien torneados ¡Me encantaba pasear la mano, por el camino del relieve de su abdomen! El culo alto, prieto, firme como una columna, las piernas un poco torcidas, como a punto de cabalgar. Su cara ladeada, como mirando de soslayo. La mandíbula, firme, sonrisa de medio lado. Los ojos agatunados, verdosos, con chispitas doradas. En los momentos en que la pasión lo incendia, se le achinan, empequeñeciéndose, pero sin perder esas chispas, al contrario, incendiándose los ojos de un atizado color de mica. Con todo, lo mejor de Marcelo son sus brazos, nervudos, briosos, fuertes. Se acariciaba  el pelo, con ese gesto tan suyo, el brazo parecía que se desplegaba, hinchándose. La musculatura se abombaba. Brazos hechos para abrazar, para sujetar, para poseer. Ese  fue mi último novio, Marcelo, por eso la Tina me  dice lo que me dice, y con un poco de razón. Lo  veo ahora, que antes ni caso le hacía. Pensaba yo,  a veces hasta lo decía en alto, cuando ella, bienintencionada me soltaba la cantinela: “Sí , sí, Marcelo, guapo es muy guapo, y alto. Tiene un rollo magnifico. Te embelesa hablando, pero de eso no se come, o come él, que para el caso es lo mismo, porque no comparte, chica. Todo es poco para su cuerpo, para su cara, para su placer”.¿ Con él, que futuro tengo?: ninguno, aunque si lo pienso bien, estando con Marcelo nunca pensaba en el futuro. Con él, el pensamiento se disparaba a cosas más mundanas, como besarle sin descanso en esa boca jugosa y hambrienta. Dejar que paseara sus labios por mi piel, que solo de pensarlo se me estremece el alma. Sentir el suave cosquilleo de su barbita sobre mis senos, incluso cuando raspaba, incluso cuando apretaba y dolía. No, con Marcelo no pensaba en el futuro, de verdad, con él solo pensaba en llegar a casa, desligarme de todos los que merodeaban cerca para sumergirme en la espesura de sus manos, entretenidas con mi cuerpo.  “De eso no se vive”, decía mamá con mucha razón: “Araceli, con los guapos una se divierte, hija, con los feos se vive”. Lo que ocurre es que no sabía que fuera tan duro.

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Ignoraba que abrazar esa cintura ilimitada y lechosa,  costara tanto. Sumergirse en ese pecho acolchado por kilos de grasa, es a veces nauseabundo. Sobre todo cuesta soportar las miradas ovinas que me dedica en cada momento. Porque Tivo mira como las ovejas. Tiene una mirada caída, con los ojos abiertos a la mitad, mirando de abajo arriba, como pidiendo permiso, como pidiendo perdón. Esa mirada me solivianta casi más que las babas. Las babas que derrama al dormir entre sonidos guturales variados. La respiración marcada por el burbujeo brumoso de la saliva, que luego lentamente le resbala por una esquina  de los labios. Por la mañana luce como costra seca en ambas comisuras.

Cuando se acerca a besarme me obsesionan esas pequeñas conchitas blanquecinas que decora el límite de sus labios.  El primer beso matinal, se convierte en un heroico desenfreno de olvido. Se acerca mirándome con esos ojillos caídos y legañosos, con la lengua pastosa, el aliento espeso de  fumador compulso. Se me hace duro, muy duro, no recordar como Marcelo saltaba de la cama como un gamo, a enjuagarse la boca, para devorarme después, lentamente, a besos húmedos y alargados por el sopor del sueño abandonado.

 

Pero Marcelo no tenía futuro, así decía mamá. Así lo veía yo cuando pasaban los días entre miradas esquivas al teléfono, esperando que  sonara y se produjera el milagro de su voz fuerte, que derrochaba hombría, cantándome y diciéndome que me esperaba en la cama caliente. Pasaban demasiados días sin que Marcelo llamara, era entonces cuando el desasosiego, o la desesperación, apresaba el alma y mis pensamientos se volvían del color del humo. Y mamá insistía: “con Marcelo no se come. Los guapos para la diversión, lo feos dan de comer, Ara”.

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Hasta que en una de esas desapariciones apareció Primitivo Alejo Buruaga Martínez. Feo, medio calvo, gordo sin ambages. Hijo de Primitivo Buruaga, constructor de media ciudad, con casa en el Sardinero, en Marbella. Por si no llegara con lo anterior , yate con treinta metros de eslora y atraque en el puerto deportivo y en Marbella, por supuesto. Y claro, no hubo color.

 

Cuando le conocimos la Tina y yo,  cargábamos con  bolsas de Sradivarius hasta las orejas. Época de rebajas. Las dos libres. Viernes por la tarde, con ganas de marcha y de ponernos guerreras. Deseosas de visitar otras tiendas, más lustrosas,  nos conformábamos con unas camisetas, pañuelos, y bisutería barata del Stradivarius del barrio. Íbamos hacía casa, planeando el modelo de la noche, dando mil vueltas a lo comprado, intercambiándonos el vestuario, como forma de renovarlo. Ambas teníamos la misma talla. Ella es más pequeñita, redondeada , las blusas las llenaba con sus senos, y las caderas estallaban con unas caderas risueñas. Lo único que no podemos cambiarnos son los zapatos, la Tina, calza un cuarenta. Yo la digo siempre, que puede quedarse dormida de pie.

 

Vimos el cochazo enfilando la esquina de la calle Pinto. ¿Cómo no verlo? Un BMW pequeño biplaza, metalizado y negro, rugiendo como alma que lleva el diablo, por las calles adyacentes de nuestra zona . Enseguida supimos que ni era de allí, ni de cerca. En nuestro barrio a lo más que se llega es a tener un Corsa decentillo y tuneado. Como mucho.

 

La Tina y yo nos mareamos por el ruido y la visión, hasta que paró a nuestros  pies. Es decir, aminoró la marcha y  paró. Al ser la acera  alta y el coche bajo, casi a nuestros pies, eso quiero decir. La Tina y yo, paramos, sin mover los labios, pero leyéndonos los pensamientos, como dos zorras que somos, nos miramos un momento. Ambas pensábamos lo mismo, lo tenemos hablado mil veces. Qué bonito sería que alguien  nos sacara de esta mierda. Una especie de Pretty Woman, versión barrio San Francisco. A veces la Tina y yo nos ponemos a soñar,  es lo que tiene,  que divagamos mucho. En ese momento, ante el rugido del BMW las dos, pensamos lo mismo: “que se cumple nuestro sueño, virgencita”.“ Ahora sale un tío guapo, nos pregunta algo, nos lleva en su coche, quedamos para cenar…”. Casi acertamos. Salió un tío. Nos preguntó. Nos llevó en su coche, pero no era guapo. La cabeza que asomó por la ventanilla , estaba no tan pelada como ahora, porque el pelo del Tivo, se va con prisa, la verdad, pero ya lucía claros, y lo que quedaba del pelo, eran unas pajizas guedejas,  sin vida, casi pelusa. Unos ojillos pequeños, chisposos, de color ceniza que parecían semicerrados, coronados por unas cejas, que caminaban hacia abajo, dando una expresión extraña, de asimetría.  Los ojos achinados, y las cejas como comas languidas. La boquita pequeña, golosona. Desde el principio,  escupía saliva al hablarnos. Casi me engancha un pequeño salivazo cuando melosamente y con voz atiplada como de niño o de eunuco nos dijo:544738_555408834491017_111327655_n

-¿Saben cómo podría salir hacía la carretera de Burgos?-

La Tina se enfrascó en explicaciones que por momentos se enreligaban, produciendo al chico  más confusión de la que traía.

-Lo mejor es que nos lleves, vamos de camino y te indicamos- dije, cortando el monologo inconexo de la Tina.

Los ojillos brillaron debajo del camino de las cejas. Esbozó una media sonrisa, que quería parecer interesante y nos dijo:
-Estupendo, así me indicáis. No sé cómo he podido meterme en estas calles. No hago más que  dar vueltas  y no encuentro la calle de salida-

 

Aparté a la Tina, con la cadera para situarme a su lado, cuando abrió la puerta. Nos sentamos las dos juntas en el asiento. La palanca de cambios casi se me incrusta en la entrepierna, dolorida, de antiguas batallas con Marcelo. No importó, me aguanté el dolor,  le sonreí con la sonrisa que guardo para ocasiones especiales. La de mimo, la de promesa. Con la que digo: “mira la suerte que tienes gañán, con el pivón que se ha puesto en tu camino, o lo aprovechas o eres imbécil”. Sí, todo eso quiere decir mi sonrisa. La que puse esa tarde al sentarme en el asiento con la Tina, reventada de bolsas de Stradivarius, y harta de esperar la llamada de Marcelo. Sería buen reclamo pasearme por el barrio en un BMW biplaza metalizado. A Marcelo se le saldrían los ojos, por memo.

 

Juro que pensé solo eso. Lo otro vino más tarde. Después de tomarnos la copa con él, de dejar a la Tina en su casa, enfiló el coche hacía la mía. De pronto, volvió esa mirada vacuna, diciéndome de quedar otro día. Ahí sí. Ahí, ya se me representó el futuro.  Ante mis preguntas, me dijo como se apellidaba, quien era su padre y donde vivía.

 

Subí las escaleras de  casa, lo recuerdo perfectamente, como si en vez de pies calzados por los zapatos que hasta ese momento apretaban y dolían como un diablo, tuviera unas alas enormes que me alzaran escaleras arriba. Saldré de esta mierda de escalera, me decía, avanzando por los escalones, contemplando los desconchones de una pared que en tiempos vio la pintura, ahora ya inexistente. Olvidaré el olor a fritanga barata y a col que se ha incrustado en las paredes, porque es imposible que a todas las horas alguien esté friendo pescado o cociendo una nauseabunda col. Saldré de las apreturas cotidianas. Se acabará,  levantarme a las siete para ir caminando hasta la tienda. Despachar pan todos los días, ocho tediosas horas seguidas, oyendo las mismas palabras: “dámelo cocido”, “este está crudo, niña, no me des de ese montón que se os ha pasado en el horno, mira que quemado está”. Se acabarían las cuentas, que  sin descanso realizamos, mamá y yo, para hacer los mil y un equilibrios a fin de conseguir vivir con la decencia visible y la precariedad que quedaba detrás de los visillos. Subiendo las escaleras, lo juro, no olía a fritanga. Olía a perfume de Lolita Lempicka y a cuero de Loewe.

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Al entrar en casa, mi madre estaba en bata, ante una pila de ropa, en la cocina, con la plancha en pleno furor. Al ver la sofocación con la que llegaba, se asustó. Pobre mamá, siempre repitiendo la misma frase, como si fuera un mantra: “que no se vea el humo aunque haya fuego Araceli”. Yo sabía  bien lo que quería decir, y de hecho lo cumplía a rajatabla. Siempre divina en la calle, aunque me pudriera la miseria. De dos trapos hacíamos  modelazo. Con dos exiguos sueldos vivíamos  los cuatro. Ella, mis dos hermanos, en edad de estudiar y yo. Mi padre había volado hacía tiempo, a tierras infecundas. Era guapo, era alto, tenía bonitas palabras, como Marcelo y unas alas que desplegó cuando las cosas se pusieron feas con tres hijos que mantener.

 

-Araceli, hija, vienes sofocada, ¿qué te ha pasado?- preguntó  doblando la ropa que planchaba mientras en la cocina humeaba una cazuela con agua.

-No te imaginas quien me ha traído a casa, mamá-  dije posando las bolsas de cualquier manera en una silla.

-Pues no, pero por el sofoco, el mismísimo George Clooney-

  • Más quisiera que se pareciera un poco, pero no. Clooney, no era,  pero…¡era el hijo de Buruaga, el constructor, el de la calle Mayor!-

 

Ahora sí que mi madre,  dejó de planchar, lo recuerdo perfectamente. Exhibía en alto la plancha, como si fuera un mástil, mirándome fijamente, con los ojos muy abiertos, la boca a medio cerrar y dos rulos en el flequillo, que se ponía siempre que estaba en casa, para  ahuecar el flequillo. Yo la miraba con una sonrisa, afirmando con la cabeza.

 

-Sí, mama, ese, el hijo de Buruaga. Me trajo a hasta casa en un pedazo BMW que te mueres-

-¿Cómo sabes tú que es el hijo de Buruaga?- preguntó dejando la plancha en una esquina de la mesa, olvidada ya la sábana bajera que  atildaba.

-¿Cómo lo voy a saber? Preguntándole. Estaba perdido, vagando por el barrio. La Tina y yo salíamos de Stradivarius. Nos preguntó. Le dije que mejor nos trajera y le indicábamos. Dejamos a la Tina en su casa,  durante el trayecto le pregunté cosas y me contó-.

-¿Te  trajo hasta aquí?- la pregunta de mi madre mostraba el terror que sentía ante la idea  de que  alguien desconocido e importante viera el callejón donde vivíamos. Contemplara el destartalado portal que daba entrada a la finca.

-No mama, me dejó en la esquina. Y ¿sabes una cosa?, lo mejor de todo…- puse suspense en mis palabras, los ojos volvían a encandilarse

-Dime, anda, que me tienes en ascuas. No me hagas misterios que no estoy para eso-

Había vuelto a la tarea, la sábana humeaba bajo el paseo de la maquina.

-Pues que he quedado con él, para salir, el sábado. Me ha invitado a cenar. ¿Qué te parece madre?-

-¿ Estás diciendo que mi hija va a cenar con un Buruaga?- la incredulidad, no sé si por desconfianza hacia mí o por lo simple de la historia, la acechaba.

-Sí, ceno con él…pero hay un problema- dije poniendo cara contrita.

-A ver, ¿está casado?- preguntó con el semblante nublado.

  • No, no, solo que es feo de asustar, mama, pero de asustar- le dije, mientras ella suspiraba aliviada.

-No, si querrás que sea guapo además. ¡Mira la niña!. Hija te tengo dicho que los guapos….

-Sí, mama, lo sé, no dan de comer. Me lo has dicho mil veces- la cantinela comenzaba imparable.

-Pues eso, ya lo sabes. Esta oportunidad te la manda Dios, no la desaproveches, hija, por favor. Júrame que lo vas a intentar. Júramelo…-

Dejó reposar la plancha en una esquina, mientras la sábana humeaba en la mesa.

-Que sí, mamá ¿ No te he dicho que quedé con él?-  dije saliendo de la cocina- por cierto ¿ha llamado Marcelo? Se me  apagó el móvil antes-  lo dije de pasada, como si no fuera importante para mí, la llamada de ese canalla.

-No, no ha llamado. Ni llamará, y si llama lo mandas a la mierda, Araceli, por favor. Es un chulangano sin oficio ni beneficio. Bueno, beneficio sí, el que se hace con vosotras. Tontas que sois tontas-

Oía de lejos las palabras de mi madre, que con sorna me zumbaban en los oídos. Sabía perfectamente porque usaba el plural. Una tarde lo sorprendió morreando a la peluquera del barrio. Diez años mayor que él. Se  comentaba entre los vecinos, que era su protectora.

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Llegó el gran día. Pedí a la Tina un vestido de Custo que tenía para las grandes ocasiones. Calzando taconazo de mi madre. Peinada, maquillada y primorosa como una princesa me recogió Tivo en la misma esquina del día del encuentro. Imaginaba una cena en restaurante caro, champan, hotel para después. Yo muy digna, negándome en el BMW, diciendo segura de mí misma, que nones, que me llevara a casa. La parte final se cumplió, pero en vez de restaurante caro, de lujo, cenamos en hamburguesería de serie. A Tivo le vuelve loco ponerse hasta arriba de hamburguesa chorreando kétchup por cara y cuello. En vez de champan o simplemente cava, una tétrica coca cola como colofón de la cena. Frustrada, visité con él, todos los garitos que en la noche lucen como estrellas en el cielo.  Su compañía abría las puertas de par en par. Daba igual que vistiera unos raidos tejanos, caídos debajo de su monumental vientre, unos playeros y camiseta con amplio manchurrón de sudor bajo su brazo. Daba igual. El poder del olor del dinero, abría las puertas como con magia.

Luego el sudor de su axila se le extendía por todo su cuerpo, impregnándolo de un tacto viscoso y dulzón. Llegó el beso, más tarde, cuando las copas lo insuflaron valor. Con ese beso, casi robado, llegó la náusea, al ver la salivilla en las comisuras. Pasamos una noche, en que sus manos hurgaron mi escote y poco más, más por su letargo que por mi resistencia. Siguieron otras citas, similares. Llegaron los regalos, llegaron las flores, que eso sí, mandaba con frecuencia, alentado por mis comentarios. Llegó la noche en que decidí concederle lo que mendigaba más que pedía.

 

Recordar la primera vez, es como volver a sentir la misma angustia. El olor  amielado de sudor de gordo, entremezclado con un desvaído perfume caro. Es volver a sentir como se aposentó sobre mí, descargando la mole de su abdomen sobre mi torso, desparramándose sobre mi cuerpo, enterrándolo entre una montaña de grasa meliflua y flácida. Lo bueno, es que su pasión es  tan breve como sus ideas. Unos movimientos convulsos y rápidos, para llegar al desmoronamiento más absoluto . Es en esos momentos, cuando temo que me asfixie. El peso plomo de su cuerpo me diluye debajo de él. Me zafo inmediatamente, mientras  comienza a roncar sin compasión. Yo adoro esos ronquidos. Me permiten volver a mis cosas, a mis pensamientos, dejar de sentirlo cerca. Apartándome al otro lado de la cama, me evado de su presencia.

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Calculamos bien los días mamá y yo. Solo dos meses nos hizo falta para atinar. Al tercero no tuve regla. Al cuarto verifiqué con un test la veracidad de la sospecha. No quería arriesgar nada. Una vez segura, se lo comuniqué. Lloraba el muy memo. Lloraba mirándome con sus ojos ovinos a medio cerrar, las pestañas caídas sobre ellos, con una sonrisa boba en los labios. Le rodaban  las lágrimas por la cara, mientras una leve gota de liviano moco salía de su nariz. Así recibió el Tivo la noticia de que iba a ser padre.

Después vino la rueda de presentaciones. La casa familiar, que tiene dorados hasta en el retrete. El piso que nos prepararon. Las compras. La preparación de la boda. Ahora ya tengo todo en mis manos. Mi madre y mis hermanos están salvados, ellos entran en el lote, eso lo sabe el Tivo.

Soy como una  princesita en su reino, dice él, cuando bebe más de dos vasos de vino. Salvo porque el Marcelo pulula por la calle, y a veces me topo con él, viéndole atrapar el pelo con su mano, mientras el brazo se le despliega,  todo va bien.

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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