o los míos, no distingo,
porque hieren casi por igual.
Las heridas se abren como bocas hambrientas,
melladas, bocas plenas de sangre
que contemplan los puñales clavados
mientras rezuman frío y sus carnes
se cierran en falso algunas veces.
Laceran como flechas melladas
que alguien dirige hacia piel vulnerable.
Las mías, las tuyas, son las mismas heridas
que se abren y supuran el dolor de unos pocos,
apenas los conozco, y me duelen.
Como si fueran mías, las heridas abiertas
de hermanos con los que solo tengo
el lazo inerme que me une al dolor.
Duelen, me dejan sin aliento
cada nuevo temblor de piel socavada
como si fuera mía, la herida,
y ahora que lo pienso, quizá lo fue.
Heridos somos todos,
integramos el mismo cuerpo,
la misma necedad ante el dolor.
María Toca
El Camello 30-08-2019. 1,15