El arbitro

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Me la crucé otra vez, al igual que la anterior, escurrí sus pupilas azules, como un pez se escurre de la mano que lo quiere atrapar. No entiendo porque reacciono así, si no tengo nada que temer de ella, al contrario, me agrada esa chispa de sonrisa fugaz en esos ojos azul noche. Hace años, quizá, no hubiera tardado ni un minuto en abordarla, en deshacer la sonrisa de su boca, convertirla en mueca mohína de pasión, en besar esos labios que se ofrecen al mejor postor, y sacar de su garganta los sonidos de amor, que me enardecen con solo pronunciarlos. Hace años…ahora, es diferente. Quizá la diferencia tan solo la perciba yo, pero todo lo que rodea la delicada marcha de esas horas que paso junto a ellos, se desarrolla entre el susurro de miedo a perder lo poco que me queda. Tan diferente a entonces, que asusta. Cuando el estadio se plegaba ante mí, al menor atisbo de fiereza, las gradas se ceñían y se encaraba el tiempo de poder. Vestido de negro, camisa con escudo y con bandera, representando al país, en los casos de los partidos importantes, o encarando el futuro en el caso de la liga. En cambio, ahora, el tiempo se derrite mientras pasa a través de mi cuerpo sin dejar ni rastro en mi memoria, ni en la de nadie. Siento, que este tiempo está fuera,  se quedó la vida arrinconada en una esquina, indefinida del momento que me tocó vivir. Por eso me escurro ante el desafío de los ojos azules, como si fueran noches de luna llena. Porque siento que ella, si me conoce, me juzgará como me juzgan los demás. O como yo mismo, ahora. Sin disculpas, desembocando los hechos, como si fueran un rio, perennemente hacia el mar. Me juzgará, o comprobará la banalidad de mi esencia, abandonando el barco antes de hundirse.

Y me gusta. Me gusta el porte distinguido que la hace parecer más guapa de lo que es, con esa prestancia cuando amaina el cabello, que se la desmanda por la fuerza del viento, mientras, asiste en la grada al desfile de jugadas de su chico, que juega, como no, en alevines. Me gusta verla, seguir con esos ojos azules, las jugadas, soplar con incertidumbre, ante una jugada maliciosa, o bullir en alegre compadreo si su chico mete un gol, o realza una buena jugada. Mezclada, sin mezclarse. Unida a las demás, pero sin ambages de ser como ellas. Llega sola, o acompañada de amigas, camina con esos andares prestosos,  dignos de  reina o de cortesana, se encara con las gradas, ajusta el paso amplio al de los escalones que desvirtúan cualquier buen caminar. Se apacigua esperando que salgan los suyos, el equipo donde juega el chaval. Me preocupé de buscarle las pistas, no fue difícil, él la mira arrobado cuando mete un gol, enciende los ojos hacia donde ella está, levanta su brazo, endereza el pulgar y con un gesto que parece decir: “para ti, madre”. Daniel Varela, se llama, el muchacho. Sin padre conocido, pero sí con esa madre, que está buena, además de ser simpática, según palabras del director de equipo, cuando indague sobre ambos. A ella, hace tiempo que la conozco.

15073_559112017466759_2012372574_nEl día que crucé el umbral de aquella consulta, temeroso, casi cobarde, atenazado por el aroma que desde el mismo ascensor me capturó el olfato. Solamente, el dolor agudo del flemón hizo que visitara la consulta del dentista, acobardado, blanco, como cera, y con la certeza de un dolor desconocido, y por ello más temido. Me abrió la puerta una enfermera sonriente, con la cara risueña, como para calmar el miedo que debía escaparse por cada poro de mi cuerpo. Me hizo esperar en la sala. No sé si fue ese olor, la espera, el no haber desayunado, pero al entrar, la confusión entre el blanco de las paredes, de los sillones, el metal incierto de todo aquel instrumental, que me pareció engendro del demonio, y esos ojos azules, que sobresalían debajo de un gorro verde, y eran subrayados por la máscara que protegía su boca, o a los pacientes de su aliento. Me mareé, como una señorita. Recuerdo, que la enfermera estuvo presta a sujetarme, de no ser así hubiera caído de bruces en el suelo. Al recobrarme, me encontré sentado, mientras un foco descarado me alumbraba y los ojos azules sonreían desde la indiferencia de una mirada profesional y un tanto divertida. Pedí disculpas como pude, abrí la boca, tal como me ordenó la enfermera. Ante la vista de la jeringa, volví a detectar un vahído, pero pude controlarlo. Mientras ella hurgaba en mi boca, yo aparenté, solo aparenté, una tranquila sencillez y un valor que distaba de sentir. Contemplando esa mirada, de certidumbre, con esa segura forma de entrar en mí, me conformé con estar en un dentista, casi me sentí afortunado. Con vanas palabras intenté disculpar mi incapacidad de estar entero. Hablé de los campos donde me la había jugado, donde más de sesenta mil personas podían corear mi nombre con agresividad o con rabia. Intenté hacer ironías sobre el miedo, o sobre el valor, para intentar en una desordenada  sucesión de palabras mal atendidas, dar a entender que lo que pudiera parecer cobardía solo era esnobismo de valiente. Enfrentarme a una jauría de hinchas visionarios, no me producía temor, mas estar allí, con la boca ofrecida ante ella, me atenazaba hasta hacerme perder el tino. De esa forma le dije, insinué quien era, y lo que había sido. Ahí lo dejé, por eso, me dio coraje, encontrármela en estas circunstancias, yo que adorné un pasado glorioso. Haciendo una supervisión rutinaria de los pequeños alevines, para clasificarlos en la regional. Algo que hacía por mantener el musculo deportivo, por oler el caucho del balón, merodear el césped que antes se plegaba bajo mis botas, y ahora  insultaba  mi mediocridad. Es difícil bajarse de un pedestal donde  le aúpan miles de personas, con agasajos, mentiras y palabras que suenan bellas, aunque todos, quien las pronuncia, y sobre manera, quien las escucha, le saben a falacia o cuanto menos, a exageración. Mientras ahora, camino entre andrajos del estropicio en que sumí la vida, apenas sin querer.

Decir sin querer es reducirlo un poco, a fuer de sincero, me la jugué muchas veces, no perdí de golpe, al contrario, durante años, me sentí por encima del bien y del mal, casi fuera de la vida, hasta que con el paso lento que tienen las cosas caminando hacia  la caducidad, me quedé reducido a ésto. Un ser opaco al que nadie ve, si no me elevo sobre los talones y fuerzo la voz. Y quiero forzarla, y quiero elevarme, lo que ocurre es que es harto difícil. Una vez cavado el pozo sin fondo de los caminos hueros, es complicado, sino imposible, salir de ellos. En esas estoy. Lo intento, con vanos esfuerzos que me dejan maltrecho y desarmado para el paso siguiente, pero lo intento, juro que con todas las fuerzas que me quedan. Lo intenté presentándome a las elecciones de presidente de la Federación. No resultó, la envidia, o el resentimiento de los que nunca salieron del terruño, de los que se quedaron en ciernes de todo sin hacer nada, impidieron que cuajara faena. Con argumentos peregrinos, sobre mis capacidades, mis relaciones con clubes importantes, como si eso fuera óbice para desarrollar una buena dirección de regional. Mis antecedentes, la historia que me precede, los entresijos de una vida tallada en la prensa, con aciertos y errores, muy sonados, es cierto, pero humanos. Sacaron a relucir sin empacho solo lo negativo. No contaron los cientos de partidos que fueron arbitrados de forma impoluta, sin los errores de los últimos tiempos. No sacaron la ascensión lenta, cierto que de la mano de Pérez Montalvo, pero solo resaltaron de entonces, la apertura de puertas, no el paso rápido con que las atravesé. Voltearon los momentos duros, aquellos en que las situaciones se agravaron con el ímpetu de mis errores, y las ganas de corregirlos a las bravas. Fueron errores, bien remunerados, es cierto, pero nadie pudo demostrarlo nunca. En mi piel debieran estar esas hienas, seguro que aceptaban por menos, por mucho menos lo que a mí me costó dudas y tiempo. En realidad me atacan por lo que me ofrecieron y lo que suponen que viví, no por mis actos.

282462_223378214366717_1996272_nFracasó el intento de presidir la regional. Una decepción más, como tantas a apuntar en mi historia;  sigo con la venta de material sanitario. En los años pasados, me llegaba con ello. Cubría mis necesidades e incluso más, sobraba para algún lujo encerado de caprichos mundanos. En los actuales tiempos, me veo reducido a una cloaca despectiva de lo que era mi vida en el pasado. Me vi forzado a abandonar la casa que construí a base de bajezas y de triunfos, en precario, es cierto, pero triunfos al fin. Dejé ese pequeño fortín realizado con sudor agridulce de las traiciones y del trabajo. Se lo dejé a ella, para ser exactos. A ella, que me conoció en los momentos de fulgor, no hizo nada más que pavonearse sobre un  efímero prestigio malgastando hasta el tiempo, que nunca disfrutamos, para al fin quedarse con lo mío. Porque no hay nada más nuestro que lo ganado a fuerza de olvidarse de los principios y abjurando de la estima que merecíamos. Por eso, la casa, era tan mía, porque la obtuve con el sudor que dan las noches desvelado, o soñando con los gritos de “traidor, vendido” mientras horadaban el césped con monedas escupidas por mil manos enojadas. Así gané el derecho a llamar mío al fortín que tuve por hogar, apenas entrevisto, casi ni disfrutado, porque entonces era ella la que residía en él, mientras yo viajaba en pos de esa gloria efímera y diluida que llamaban fama.

Ahora lo disfruta, con mi hija, que apenas veo,  y su amante, que recoge los frutos de mi indignidad, se pasea por ellos, mientras se le llena la boca hablando de principios y  de honestidad, sin importarle pisar un suelo ganado a golpe de mentira. Mi casa, o lo que puedo llamar hogar, se reduce a una habitación con derecho a cocina, con baño incluido, lavado de ropa, y desayuno. Mientras vago por la geografía intentando vender material a geriátricos y dispensarios en precarias condiciones, como para comprar nada que yo proporcione. El dinero se agota antes de cruzar el meridiano los meses que se suceden sin piedad y con ritmo endiablado. Azuzado por deudas que no sé de donde salen, huir se ha convertido en forma de caminar, por un mundo que acosa cada paso dado. Por eso huyo de sus ojos, por costumbre, por dejadez o por indignidad, vaya usted a saber. Por eso y porque su mirada burlona me expresó mejor que nada la incredulidad de lo que la conté. Esos ojos azules, como un vidrio, chispeaban una ironía liviana mientras yo me explicaba. Con la presteza que da el tiempo contenido en un horario muy preciso, hizo gesto con su mano, de que la dejara hacer, que obviara las excusas por haberme desmayado. Incluso con voz amable me expresó su comprensión: “no se preocupe, hombre, le pasa a cualquiera, hasta a los árbitros” Dijo. Y yo adiviné la sonrisa debajo de la máscara verde, porque achicó los ojos. Los empequeñeció con esas arruguitas que salen después de haber mirado mucho, o  de haber sonreído, incluso con las lágrimas inciertas que quizá derramó. Por eso hoy la huyo, no dejo que nuestras miradas se choquen, ni emprendo conversación ninguna. Por eso, por las trizas en que convertí una vida que quizá en tiempos prometiera. La veo desde lejos, contemplo su figura enjalbegada de encanto, desde el césped, y la huyo, como si hubiera cometido un delito, cuando, quizá, hace tiempo la hubiera denostado como bien poca cosa para un árbitro estrella. Y hoy me conformaría con arrullarme en sus brazos mientras su mirada vidriosa y azulada acariciara el contorno impreciso de mi cuerpo. O me dejara acariciar con la punta de mis dedos, el suyo. Horadar con cuidado los recovecos de una piel que se atisba de terciopelo y cálida como su sonrisa.  La miro de lejos, porque me asusta mi propia indignidad y su prestancia en la grada.

 

FIN.

 

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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