Hay amores pequeños, tiernos, apaciguados
lentos, donde no hay sobresaltos
ni potencias que arrasen.
Son amores chiquitos, dulces,
que transitan en calma
en donde nada ruge, nunca existen tormentas
y si hay, son carentes de truenos.
Amores convenientes,
tácitos, que llegan una tarde
caminando despacio
por sendas amigables con paso reposado.
Son amores bonitos en donde nada escuece
que prenden, tal que pábilo tenue
en trueque de amistad, de confianza. De frente.
Luego están las hogueras que calcinan la mente
te levantan del suelo, amedrentan los miedos
o te llevan, al paso, a un infierno de celos.
Amores encendidos,
en donde todo es sobresalto
y te crecen las alas y te elevan del suelo
y caminas veredas que nunca caminaste.
Son amores sin sueño, porque nunca se duerme;
de sábanas mojadas, de irisados momentos
que se engarzan, cual garfios, en almas torturadas
que no olvidan y que nunca se mueren.
Son fugaces, son leves, álgidos y potentes;
tornan cual borrachera con un roce de tez
y se incinera solos cual hoguera nacida
de una explosión urdida por dioses del Averno,
Son trueno, llama en un incendio
que se queda en rescoldo a poco de vivido.
Dejan huella, a veces, cicatrices eternas
en la piel, en los ojos, en la manos muy yertas
y en el recuerdo un hueco, porque el fuego
se amaina, pero restan las brasas
y jamás se olvidan porque son siempre eternos.
María Toca Cañedo©
Santander-14-12-2022. 18,34