Relato inadmisible de una Aprendiza de Escribidora, por nombre María Toca
Tercer intento. En años anteriores, dos, consecutivos, una amalgama de dramas comprimidos y sus consecuencias, impidieron la asistencia. Con pena pero con la coherencia que una sabe que debe emprender estas lides. Un taller literario con una persona de prestigio, admirada de lejos, impregnada con el aire pulposo de todo lo que una ansía en la vida, no es tarea frívola que deba comenzar sin bagaje ni preparación, o por lo menos con el estado de ánimo predispuesto al aprendizaje, a empaparse de las enseñanzas que, con buen criterio, la Aprendiza de Escribidora, sabe que necesita, exenta como está de formación académica.
Como decía, al tercer intento se logró. La Aprendiza de Escribidora, se acerca al enclave, buscando en zona conocida y poco transitada, el lugar de la cita. Genera cierta incertidumbre ver estampado en el muro de la calle el apellido de la persona que imparte el taller. La Aprendiza de Escribidora, es consciente que, además de aprender literatura, va a penetrar en un enclave al que vio desde lejos, desde los albures de su infancia, como algo distante. Ser vulgo, parecer vulgo, y pertenecer al vulgo, es lo que tiene; una cierta dicha deseada de ascender, de ser lo que uno ansía y carece: llegar a parecerse, aunque sea de lejos, a los integrantes de la tercera generación de no pasar hambre como distingo y dispendio. La Aprendiza de Escribidora, no tiene esa suerte. Debo aclarar, que es de largo, la primera generación saciada, de una estirpe de hambrientos y casi lumpen. Cierto es, que los progenitores, sobre manera la progenitora madre, pejuñeó con fuerza en los escabrosos sesenta y setenta para huir de la condición de proletariado, ascendiendo con notable fortaleza en la escala social, convirtiéndose en advenediza un tanto hortera y desclasada de una sociedad que nunca entendió. La Aprendiza de Escribidora, aclaremos, siempre fue fiel a su clase: proletaria anarcoide con visos de burguesa y libertaria. Es decir, espécimen de hacer lo que le da la real gana, donde, como y con quien sea, pagando el precio de esa liberalidad desclasada, sin cortapisas y con cierto brío. Todo ello, no óbice para que un cierto sobrecogimiento la ampare en estos momentos.
Aun manejando el anarcoidismo, la Aprendiza de Escribidora, se acerca cautelosa a la puerta, pulsa timbre, y se encuentra con la magia de un hogar historiado, con piano, arte en las paredes, muebles vividos y recalentados por años de piadosa convivencia y como no podía ser de otra manera, llega antes que nadie, lo que da lugar a practicar el consabido galanteo de sentirse un poco intrusa en tiempo ajeno. La Aprendiza de Escribidora, como es frecuente, asiste con sorna y seguridad el envite, busca acomodo en el sitio designado para el evento y comenta, con la anfitriona banalidades. Van incorporándose los integrantes del grupo.
Tres damas, diversas. Y un Cíclope, forman el grupo, además de la conductora. De las damas, decir, que en su diversidad, está el mundo reflejado. Una amorosa tía, que destila inteligencia, belleza de alma y lógica pura. Otra, bonhomía, alegría torcaz e intuición inteligente. La última, cual leve paloma, levita por el grupo sin percatarse de mucho pero dejando el rastro de un hipismo levantisco. El Cíclope, deslumbra y no solo por su tamaño, que también, comprimido en silla escasa para su corpulencia . Aquí la Escribidora, entregada, se pliega a escuchar, a empaparse de la clarividencia de que está viviendo recuerdos que durarán mucho tiempo. Aderezados por buen vino, que prueba con el recato de una abstemia recalcitrante, valora y mucho las desprendidas enseñanzas de la conductora del taller y, como no, deslumbrada por la verborrea que el Cíclope demuestra. Bajo la batuta de su voz, el vino no es vino, es muchas cosas. Es tierra, es color, olor, matices, espejo de naturaleza, crisol de madrugadas que se sueñan livianas y hasta lujuriosas. El vino es arte, cuando lo cuenta el Cíclope y es paladeado bajo el influjo de las explicaciones con deleite variado.
Luego la música. A la Aprendiza de Escribidora, no se le escapa que está en recinto sagrado, donde se venera al dios musical que azuzaron esclavos intentando escapar de la torva miseria de un tiempo duro, creando un arte que ella no entiende bien, y apenas degusta. En esa casa creció un músico; se intuye, de lejos, que todos los que habitan en ella, exudan arte y corcheas. Y volvemos al Cíclope. En la voz del Cíclope, la música es tejido de sueños con los que empasta una existencia variada y hospitalaria. La música es vida, como el vino era parte integrante de la explosión que Dios debió hacer cuando creó el mundo. Coincidencias cuasi mágicas hacen percatarse a la Aprendiza de Escribidora, de que este tiempo le ofrece mucho más que desentrañar unos textos inhóspitos, algunos, pensaba ella, la muy inocente, casi atávicos por el miedo ancestral a enfrentarse con autores de culto. La mano, pequeña pero firme, de la conductora del taller, los guía por el laberinto, a veces intrincado de Borges, de Aldecoa, viejo conocido, este sí, de la Aprendiza de Escribidora y por último desmiembran a Cortázar, cosa que apabulla y resulta fructífero.
Al cabo de tres días, se encuentra nuestra amiga, a Borges en su mesa, desgreñado y cegato, explicándole cosas de la vida que apenas intuía. A Cortázar, se le encuentra en el baño, tomando la toalla desde diversos ángulos, no sea que el hecho de secarse las manos, sea un concepto filosófico tendente al menosprecio de la filosofía.
Para estas alturas, la Aprendiza de Escribidora, conoció al marido de la organizadora: El Autor. Hombre intuido, más bello que guapo, con la blancura que trasparenta en su piel, el saber de los siglos. En los ojos, cristales, decoran una mirada que denota bondad, a la vez que una inteligencia clara. A estas alturas, la Aprendiza de Escribidora, está a punto de morir de un clímax mal trazado. Atrevida, como es, adquiere el último libro del autor, con miedo a que le resulte duro, debido a reminiscencias borgianas que sabe que el Autor comparte. Y en una noche en que ejerce de abuela entreverada, decide, para entonar y llamar al sueño, leer algún relato suelto del Autor, mientras, cerca de su regazo, suena la música encontrada en el muro de esas redes maléficas, que el Cíclope pública, sin anestesia ni preparación debida. La noche, que se auguraba tranquila, pausada, con el pequeño libro entre las manos, y en el oído los acordes divinos de un Rod Stwart, en estado de gracia, una Joss Stone y Al Green, que le hacen tocar el cielo con la punta de la imaginación, se resuelve insomne, perenne, en estado de gracia y ya no puede soltar el libro, hasta que misericordioso, por el tamaño, lo acaba entre suspiros. Decide, ya entrada la madrugada, explorar lo sugerido, entablar dialogo con el teclado amigo y se sienta a verter lo que el marasmo de sensibilidad, le creció entre los dedos.
Llegamos al presente, que el cuento, o la pamema, llamen ustedes como quieran a lo contado aquí, y la pobre Aprendiza de Escribidora, se encuentra ante el teclado, subyugada (decir eso es poco, pero hoy la Aprendiza, no quiere ejercitar la prosa) ante el cumulo de sensaciones recibidas en choque. La prosa del Autor, la dejaron maltrecha, emocionada, ensimismada, y un poco cabreada (reconozcan en los ripios, las ganas de tocar las narices) por tan escaso número de páginas del libro, en cuestión; con el propósito firme de mañana escudriñar las intrincadas sendas de Google, o Wikipedia, intentando encontrar más literatura del Autor de la piel blanca y los ojos de vidrio ensimismado. Así como se promete, pedir ayuda al Cíclope para que la adoctrine en el arte musical y vinícola, y escucharle, contar anécdotas variadas, desgranadas por él, en momentos de charla involuntaria, por si puede hacer literatura (vano esfuerzo, seguro) o simplemente ampliar su disfrute. Y seguir escuchándole, porque eso también le hace disfrutar más de lo previsto.
Enfundada (La Aprendiza, no perdamos el hilo) en pijama, con el sonido de una respiración acompasada, de la pequeña, que duerme cercana, no pudo dejar la tentación de referir lo vivido y dio salida al comentario, que será a buen seguro, mañana tamizado, todo lo que la vergüenza y los afanes literarios de la Aprendiza de Escribidora, le permitan. Que no son muchos, todo hay que decirlo, porque ya dijimos, al principio, y si no se hizo, se realiza ahora, que a la señora Aprendiza le sobra desvergüenza y le falta mucho oficio. Dicho lo cual, no queda más que decir, que en un taller literario, además de departir con autores inhóspitos, una se encuentra con un variado repertorio de sorpresas, que a buen seguro, tendrán repercusión. Porque se me olvidaba referirles a ustedes, que la Aprendiza de Escribidora, es altamente sensible, para estas cosas, detecta rauda, seres especiales. Y en ese taller, haberlos lo hubo. Unos cuantos.
Fin