Recuerdo las palabras unamonianas, y la machadiana melancolía cuando estos días nos percatamos que hemos vuelto a la tribu. A empuñar banderas, a desdoblar la guadaña para laminar al adversario. Hago mía la desalentada cantinela galdosiana, los pasos enrabietados de Valle, las cabriolas entre el desaliento y el amor a un tierra infame que alimenta odios infernales y que no permite la concordia. La actualidad no me deja volver a mis escritos, a mis relatos, a los dos novelas que están en danza esperando que se templen los vientos. La actualidad me voltea como si fuera un rastrojo y me pregunto una y otra vez, que debimos ser la tierra de Caín. No concebimos la convivencia más que con la derrota y la cadena para el perdedor. No hay grandeza en la gente que llega a la meta antes y extiende la mano para que el segundo o el tercero no se descuajaringuen. No escuchamos al otro, porque eso es de débiles y ya sabemos que el español de verdad tiene al toro por sentencia y gonadas por neuronas. Hay que derrotar. Hay que masacrar. No dejemos ni un poco de aire al adversario, no sea que respire y luego nos haga frente de la misma manera. Y así vamos, siglo tras siglo de la garrota al presidio y al revés. Me cansa mucho España, saben.
María Toca