Me basta, de verdad, no quiero pasar por conformista, pero me basta. El día se deja ir por la pendiente brava de las horas, despeñándose en pos de la madrugada, cuando llega él.
El resto de la jornada es mero trámite, que sobrepasa el ansia de escucharle. Cuando dan las doce, se alertan mis sentidos, no solo el oído, porque cuando se ama de verdad, cuando el amor se entrelaza con la admiración, la piel y el sentimiento se erizan al unísono. Los ojos ven mejor los detalles que circulan por delante, mientras la mente teje la madeja de la imaginación y ve unos ojos profundos, como simas, una boca briosa, con labios que son pieza a saborear, un cuerpo que ampara y protege al mismo tiempo. Y la voz, esa sublime caricia que puede trasformar una existencia gris en coloreadas horas que amplían una vida y le dan el sentido que no tiene.
Los sentidos alertas, cuando dan las doce en el reloj, erizada la piel, con la premura de intuir que él entra en el estudio, conecta los micros, se pone los auriculares y comienza a soñar con las palabras que luego articula. Mientras tanto, conecto la radio. En el pecho los tambores de un corazón alado, comienzan a tronar. Si no tengo el dial, lo busco, como un náufrago buscaría el bote salvavidas. Con los acordes de la sintonía, mi pecho se dispara y cuando al fin su voz se estrella con mi oído, me tumbo en el sofá, cierro los ojos y la mente se vuela a los sitios que él me quiera conducir. La música proclama su erudición acústica, con los comentarios y los bocetos que a modo de interludio, bosqueja. Me traslado a un mundo sin fronteras, donde su voz gobierna, sus palabras acarician la soledad que majestuosa y derrotada sale con paso firme de la habitación. Hasta que a eso de las dos se acaba el programa. Él, se despide y todo torna a una normalidad espesa que junta el tiempo con la muerte sin pausa ni espera acordada.
Me basta, juro que me basta con oírle cada noche, con dejar que su voz haga el amor conmigo. Porque no tengo duda que él, sabe que le escucho.
Ni de coña…Clara se lo hubiera tirado sin mas preámbulos…jajaja
Seguro.
Siempre me fascino la radio. Y si fui fan del Loco…
Las voces me enamoran. Nunca pude amar a un hombre con voz de pito y si a alguno con voz maravillosa, aunque su persona desmereciera. La radio embruja porque da mucho juego a la imaginación.
Y estuve en una charla de Juan Cruz con Jorge Edwards, deliciosa