Debiera haber un delito muy penado:
romper la esperanza,
frustrar el empuje a la inocencia
cuando cree en utopías y las lucha.
Debiera haber una ley que condenara los desfalcos
que esquilman el corazón y lo hacen duro,
porque si se encalla y se hace fuerte,
quizá se nos blinde a la experiencia
de contemplar unos ojos
reblandecidos y escarchados
por las sombras de ausencias
bien penadas.
A fuerza de cumplirse decepciones
de sacarse espinas y piedras de la frente,
se nos ahoga la garganta
con los gritos no dados, con la lucha
evitada. Y así, vamos, como fantasmas
sin corazón y con la frente marchitada.
María Toca
Santander-26-05-2018