Apagué la luz, como todas las noches, después de posar en la mesita de noche el libro que acompaña los últimos minutos de lucidez de un día como otros. No ha sido nada especial, lleno de pequeñas anécdotas que van a quedar envueltas en olvidos. Nada importante perturba ni armoniza la suave despedida que dejo colgada de los ojos del retrato que siempre ven mis ojos antes de dormir, como antes de salir de casa, como en el trabajo, como en cualquier lugar donde habito. Te saludo con un guiño de suave complacencia porque sé que allá donde estás contemplas mi sueño y de alguna manera, lo velas. Doy al interruptor de la luz, arropo mi cuerpo con la caricia dulce de las sábanas, apoyo la cabeza en la almohada y oigo un susurro detrás de la ventana. Aguzo el oído, casi no identifico el sonido, porque hace tiempo que no lo oigo. La tierra polvorienta, las flores marchitas y el verde musgoso, me avisaron de ello. Ahora me percato que hace tanto que no llueve que se me hace sorpresa escuchar, detrás de los cristales, esa monótona armonía de las gotas cayendo. Llueve. Esta noche llueve y me duermo bajo el arrullo de esas lágrimas que el cielo vierte para contentar el hambre de mi tierra.
#MariaToca©