Hay varios miedos que atenazan la garganta, dejándola sin aire. Que los tuyos sufran, que algún descalabro imprevisible les acose y no tengamos suficientes manos para impedirlo. Que la enfermedad nos aniquile y nos llegue la muerte temprana, porque esa visita siempre nos llega pronto. Que la ruina nos deje sin las cosas pequeñas que nos rodean y conforman la vida cotidiana. Todas y alguna más que me dejo entre los arbustos de la memoria .
Además de las nombradas, hay una, que nos aqueja a quienes jugamos con la palabra, la imagen o la música. Es un miedo sutil, no atenaza como los anteriores. No ahoga de pronto, solo mata despacio, en silencio, de puntillas. Nos asalta a cada poco, cada vez más fuerte, porque se envalentona al comprobar cómo nos achicamos. Es el miedo a perder, en mi caso, el uso de la palabra. A quedarme sin ellas, a dejar de cruzar el pensamiento con lo que plasmo en este lienzo blanco. Les juro que es terrible, aunque yo disimule. Pero si se le da esquinazo, si surgen las palabras de nuevo y se forma el poema, el cuento, la novela, les digo, que el alborozo supera con ventaja al dolor que produce ese miedo.
Santander-25-11-2016. 23,24