Imagino que todas hemos tenido esa admiración prima hermana del amor por alguien que no estaba a nuestro alcance. Yo, de natural enamoradiza, lo tuve alguna vez. Y fuerte. Se cruzaron miradas, sonaron campanitas en cada encuentro, los ojos se escaldaban con palabras no dichas y la sonrisa florecía más de lo común. Por ambas partes. Pero no fue. Encuentros fugaces e inoportunos, miles de kilómetros de distancia, ambos con pareja, y una vana sensación de inoportunidad pusieron muros a algo que pudo ser muy lindo. No fue. Y es una heridita que se amplía un poco al brotar un recuerdo,una foto que ves en redes (ay milagro de encontrar viejos amores) un gesto que sorprendes que desata una catarata de añoranza de lo que pudo ser. Y hoy le escuchas. Oyes su voz de caramelo arrastrando las eses, con la cadencia de una tierra caliente y cómoda que de vez en cuando añoras. Y te quedas mirando la pantalla aguzando el oído porque pusiste voz en el pc, y en el silencio del despacho te acaricia el oído ese mar de recuerdos y de impotencia porque el tiempo pasa y no se detiene, porque estás segura de que la historia no vivida hubiera sido la más importante. O no, pero da igual, queda el hueco de no vivido. Hoy le escuché y el lamento de no haberlo vivido me volvió a subir a la garganta.
María Toca