La impunidad

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Me queda el brillo de sus ojos, me queda la imagen de la helada sonrisa que dibuja unos labios blanquecinos, inertes, que dejaron coagular el gesto en el imprevisto. Solo eso. De haber sabido que era tan fácil, lo hubiera hecho antes. Mucho tiempo atrás, cuando comenzó el goteo silencioso de la cadencia de unos reproches que no decía, pero salían a borbotones de unos ojos que miraban por encima de las cosas inertes que había en medio. De haber sabido que veinte años después seguía impune el desastrado accidente, lo hubiera provocado mucho antes. Al principio, cuando servía el vino con el reproche chocando con el vaso. Cuando sus labios se sellaron despacio, con el rictus de la suficiencia y el convencimiento de que nunca llegaría a nada. Ya ves, quizá tuvieras algo de razón: no llegué a nada. El consuelo es que tú tampoco. Tu cuerpo da pasto a los gladiolos que tuve la deferencia de plantar para adorno o chanza de tu presencia. Aún lo recuerdo. Mirabas por encima de los lentes, que como espejuelos reverberaban en la parte baja de la nariz. Contemplabas mi trasiego, en la certeza de un nuevo capricho. Apenas preguntaste: “crees que prenderán” Subyacía en el tono el escepticismo, con que adornabas todas tus preces. O esa incredulidad manifestada con gestos vanos, que, apenas hechos, negabas con el disimulo de una traición.

Removí la tierra a conciencia, seguro de que además de anidar la simiente de esos gladiolos, alguna hortensia, rosas diversas, anidaría pronto algo más nítido. Como así fue. Fue tu nido. Sirve, tu macilento cuerpo, como abono para esas flores que son admiración y respeto del vecindario. No costó mucho, enhebrar la historia con que disfracé una desaparición prevista y promovida, por ti, desde tiempo atrás. Contaste tantas veces que partirías, que al hacerlo nadie extrañó tu falta. Tú misma fuiste mi coartada. La labraste a base de confraternizar con conocidos, a mi pesar. Recuerdo bien, los reproches que a modo de comentarios solías hacer: “eres un antisocial, Ricardo. Hay que llevarse bien con los vecinos, hijo. Amigos hasta en el infierno” repetías con la monotonía que ponías en la voz cuando desgranabas oráculos. Yo asentía, para no oírte, porque el grajido de tu voz hería mis tímpanos sin solución. ¿Qué voy a hacer yo si no soporto a la gente? En general, luego, en particular, puede que haya alguien que vea bien. Como a  Tinzana.soro2

 

Te gustaría saber cómo la espero aguzando la vista detrás del tragaluz, atisbando sus pasos por el sendero que la conduce a la cabaña. La Tizana, sí me interesa. Que se me entienda: verla, no más; sentir su olor, tocar su piel, tomar las mazorcas cálidas de su pecho entre mis manos y estrujarlas hasta que grite. Dejar el rastro pegajoso de mi saliva entre sus piernas hasta agotar su esencia. Todo eso añoro. Pero no más. Si la Tizana, hablara, si contara cosas, como tú hacías, pasaría a convertirse en pasto de los gladiolos, como tú ahora. Por eso dejo que baje, sin acercarme, aunque noto en sus ojos, que ella sabe que la contemplo desde el ventano. Observo, como ajusta el paso, cimbrea las caderas con un bamboleo firme y cadencioso, al acercarse. Si me la encuentro por el camino, posa las brasas zahínas que tiene por ojos, en los míos, acariciándolos. Yo eludo esa mirada ardiente y sigo andando, porque no quiero perder  la esperanza de sentir la escaramuza del deseo cada mañana.  Verla caminar, sendero abajo, contemplándola desde la guarida, hambriento de saborear a sorbetones, su figura endeble, sabiendo que ella sabe y que desea ser contemplada.

 

En realidad tenías algo de razón cuando espetabas: “Ricardo, hijo, tú solo valoras lo que es difícil, lo que no tienes. En cuanto posees algo, lo descartas” En eso llevabas más razón de lo pensado. No quiero cercanías, no deseo el roce, solo el deseo. La ausencia decora las cosas con los adornos que escogemos en nuestra mente, la cercanía desdibuja lo  soñado, para diseñar una realidad que apesta. Y que molesta. Por eso no deseo las cercanías, porque quiero seguir fascinado con el aroma de lo no conocido, de lo deseado, de lo que no es. Por eso tú estás ahí, dando alimento a las hortensias y los gladiolos, por acercarte.59269_599438080100819_1231378846_n

De haber sabido lo fácil que era no hubiera esperando los años que pasé encabriolado, haciendo planes, configurando unas andanzas que luego no hicieron falta. Con el gesto seco de aquel palazo acabó todo. Tu tiempo y mi desgracia. A partir de entonces, vivo en el barbecho soñado. A veces me cuesta un poco conciliar el sueño, se me quedan clavados los ojos de sorpresa, cuando aticé la azada, entre simiente y simiente. Te acercaste en sigilo, contemplaste por encima de mi hombro lo plantado, y como si fueras un oráculo, espetaste: “eso no prende, Ricardito, son simientes muertas” Levanté la vista  y allí estabas. Con las gafas reposando sobre el enjuto pecho, que alguna vez pudo ser enhiesto, hasta deseado. La azada seguía en mis manos, cercené un bulbo, lo recuerdo bien, luego volví a levantar la vista y vi que seguías contemplando mi obra. Sonreíste, acercando tu mano a mi pelo: “déjalo Ricardito, hijo, vamos a cenar que va siendo hora” Empuñé la azada con mi mano, acerque la otra para tomar el impulso suficiente para no herrar el golpe, y aticé fuerte. Fue entonces cuando, sin borrarse ni un ápice  la sonrisa, el vértigo de la sorpresa, empañó tus ojos. Crujió tu cráneo, fuiste cayendo despacio, como se desmelena un árbol tronzado por algún rayo. Así caíste, así te vi frente al hoyo. Y allí mismo, junto a los bulbos, abrigué  tu cuerpo con la tierra removida, cerré la zanja, contemplé el seto y pensé: “buen abono tendrán las flores, así prenderán. Luego cené.

 

FIN

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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