A veces alimento la hidra maléfica
que hay en mí. Se levanta,
con la cabeza enhiesta, hilarante,
con paso firme, camina,
se cruza por delante
de mis ojos, me abruma,
me deja, sin aliento, sin brío, sin cortante
con que acceder a los tibios pensamientos
que cada tarde, cuando el crepúsculo llega,
me inundan como bálsamo,
ante el infierno cotidiano del recuerdo.
La hidra, me empacha, me inunda
con amplia llama, quema mi calma,
me agita, desespera. Me ensalza,
las cosas que no tengo, que perdí,
que quedaron en el recodo del camino
andado de mil pasos, en el silencio
tormentoso de mi paso.
A veces, como loca, la hidra se enrabieta,
aposenta mi casa, me amedrenta,
llega a invadir la habitación entera,
entonces tomo calma,
amplio el abanico de mi tiempo
la dejo pasear, un rato, a sus anchas,
para luego, encerrarla bajo llaves y antorchas
en el fondo, oculto de mi alma.
Santander-1-6-14, 18,18. 143 días sin ti.