Un silencio, callado estertor de los domingos
cuando la sima se me abre ante los ojos
y el tiempo parece detenido,
entre los visillos entornados de mi cuarto.
Entonces, solo entonces,
siento el hambre de unos brazos conocidos.
Cuando la gaviota se posa en el tejado
y contempla indiferente mi presencia,
que varía entre desolada y expectante,
por las desconchadas alcobas de mi casa,
ella, la gavia altanera, es mi única compañía
interlocutora de soliloquios
mientras la pesadumbre se cimenta
con la grumosa argamasa de mi tiempo.
Justo entonces, se me tornan las viejas añoranzas
y extraño con tumulto de dolor a los viejos apegos,
ceñidos, como estaban a un presente encadenado
con nostalgias y rencores. Desechados tiempo ha
siendo ahora magnificados por la ausencia.
¡Que sutil deseo me acompaña
agrietándome los labios de la sed de besos nuevos!
dejándome exhausta de nostalgias
al pairo del deseo de apoyar la febril frente
y dejar que unos fuertes brazos mecieran
con la dulce calma de un pecado,
sutil, breve, conciso…
como siempre fueron las pasiones
vividas de soslayo, casi como si al sentirlas
fuera visto como lo más cercano a un milagro.
María Toca Cañedo©
Santander-13-03-2021. 23,39