Entró deprisa, moviendo el aire a su través. Quedó de pie, no fuera a perder tiempo si se sentaba, acomodando el cuerpo a la espera. Se miraron de forma alternativa. La recién llegada, contempló el culo prieto, de la que esperaba. Era un culo saliente, vociferante dentro de un oscuro pantalón que intentaba aplacar su grandilocuencia. Contempló la piel oscura, los labios gruesos, las cejas perfectamente perfiladas, los ojos rasgados, empañados de miedo. Se quedó prendada de una belleza extraña, en la que algo no encajaba. La que esperaba, la miró a su vez. Notó el incendio de su pelo, sus labios agrandados por el rojo fulgurante que más parecía sangre que carmín. No era guapa, no era joven, no era perfecta, aún con todo, al llegar, la miraron todos. Era de esas mujeres que jamás pasa inadvertida, aunque el mundo, para ella, no contase, se dijo, fijándose en detalles.
Se vieron. Se contemplaron desde la escaramuza de una espera que las incomodaba. La primera, llevaba tiempo de demora, se le notaba el tedio en los ojos, achinados, delineados con pincel de humo. Al ver a la recién llegada, la curiosidad la despertó, hasta llegar a entretenerla:¿Quién era esa tipa pelirroja, tan extraña? ¿Qué hacía en la consulta de Infecciosas? Parecía una pija moderna, algo talluda, pero inadecuada para estar aquí.
La otra volvió a contemplarla, esta vez con el descaro que devolvía su mirada. Se escrutaron los ojos, se identificaron. Eran de la misma tribu. La una, era exiliada del pequeño mundo donde nació, la otra lucía una nuez en su garganta, que al descubrirla, entendió lo que le chocó al principio. Una tenía piel oscura, la otra casi albina, moteada con pecas diseminadas por el lienzo blanco de su cara. Tan diferentes que se reconocieron. Se sonrieron. Se dijeron guapa la una a la otra. Poco después , una dejó la prisa, la otra el tedio.