Quizá te diste cuenta antes por la costumbre de dormir con la ventana abierta. Te gusta despertar con el alba mientras la caricia de la brisa fresca arrastra el mal sueño. Ver la luz en cuanto sales de las sombras.
Hoy llegó el aire inconfundible, por eso lo supiste nada más despertar. En vano languideciste más tiempo del necesario en la cama, postergando la triste premonición que ya era certeza llenándote de susto.
Hoy es el día, te has dicho mientras te posee una languidez teñida de amargura. ¿Cómo es posible que siga siendo tan duro? te preguntas mientras preparas un desayuno que compense –aunque sabes que es imposible- el desafuero de lo que tiene que acontecer inexorablemente.
Hoy es el día. Aciago día. Con pasos lentos te diriges al trastero, buscar la bolsa, compruebas que sigue ahí, contrahecho, arrugado, tal como lo dejaste el día que lo pusiste en su lugar con la satisfacción de haber ganado una batalla. Hoy lo recoges con el sabor de la derrota en la boca. Te sabe a polvo, a enemigo viejo. Y lo sacas.
Te has preparado. Durante días has visionado imágenes, visualizaste formas de hacerlo, tensaste los músculos del cuello en la tímida confianza de aprender a hacerlo. Hoy sabes que todo es inútil. Habrá lucha. Una guerra enconada en la que perderás fuerzas, paciencia y hasta ganas. Pero es inevitable. Hay que hacerlo.
Lentamente le sacas del envoltorio. Lo extiendes en el pavimento de tu cuarto. La funda está alineada. Tomas impulso.
Una hora después yace en tu cama. Un año más lo has conseguido. Has enfundado el edredón de plumón en la funda, esta noche dormirás agotada pero caliente.
María Toca