Reconozco que me harta tanto análisis, tanto mirarse en el ombligo a ver si entendemos lo que simplemente son echos consumados. Sin más. Que sí, que no tienen explicación que un país civilizado, supuestamente culto, moderno caiga en brazos de un orate como Trump, sin darnos cuenta de que en casa ocurre lo mismo. Entendemos mejor la palabra gruesa, la voz altisonante, de quien sea, (ahí debemos todos entonar el mea culpa), que la voz mesurada y el análisis lúcido. Si alguien grita una banalidad, la coreamos y asistimos indemnes a su coronación. No debiéramos sorprendernos tanto porque se vote en consecuencia a lo que somos. Y somos así, mal que nos pese.
Ayer leía un magnífico artículo que decía que para entender al ser humano, era bueno visionar, en un zoológico, a un grupo de primates. Que nos queda mucho de ellos. Nuestra actitud primaria, suele ser de bastante mala baba. Si vemos que alguien se cae en la calle, antes de echar mano para levantarle, tapamos la boca ocultando la risa. Tendemos al escarnio, al oprobio, a la mezquina complacencia, a rebañar lo que se puede en beneficio de la tribu a la que nos sentimos pertenecer. Agitamos la bandera violenta en las ocasiones más peregrinas. Se me viene a la mente la vergüenza de los hinchas de fútbol en ocasiones conocidas. Primates, y poco desarrollados, que le vamos a hacer.
Por eso se vota al espabilado, al que arrambla contra el adversario, a favor de nuestra tribu. Por eso, gritamos consignas inconsistentes, que nos marcan los líderes sin mayores cuestionamientos, e insultamos al contrario. Hace poco, leía un comentario en un periódico digital progresista, que decía: “yo no pago la cuota de socio para leer a esos tipos opinar en contra de mis opiniones. Yo no pago cuota para que escriba, Calleja” (gran periodista, honesto, por mucho que en momentos sus opiniones no coincidan con las nuestras) Sí, como suena. Yo pago y leo, para saber que tengo razón. Me la bufa la otra opinión, si alguien osa rebatir, en vez de enfrentar dialogo, ideas, lo fusilo, lo borro, lo aniquilo. Y enfrente ocurre lo mismo. Cada uno encastillado en su verdad, en su creencia frente al adversario, aprovechando la mínima para el insulto, la inquina.
Quisiera creer que la cultura nos salva de ese primigenio salvajismo. Quisiera creer que somos muchas/os, las que estamos dispuestas a renunciar a algo para que otros vivan en paz y tengan la subsistencia garantizada. Quisiera creer que nos importa la brutalidad con que se expulsa de las fronteras al extranjero, que La Peste de Camús, está olvidada, que somos proclives a abrir puertas, fronteras, opiniones, más que a cerrar, a proteger los privilegios de esta, que llaman civilización occidental. Y que eso no supone perder lo bueno de nuestra cultura, que no supone asimilar el salvajismo, pero sí, respetar la diferencia. Para entendernos: me importa poco que una mujer lleve pañuelo, si está más cómoda, pero lucho porque jamás se le haga ablación. Que usted puede rezar en una iglesia, en una mezquita o sinagoga, pero jamás me imponga a mí su credo, ni sus costumbres, ni en escuela, ni en sitio público. Quisiera pensar que somos muchos/as, los que entendemos y respetamos el voto de Trump, y de Rajoy, pero lucharemos con todas nuestras fuerzas por virar, por convencer para cambiarlo, sin transigir en lo fundamental, sin pasteleos, porque la firmeza no está reñida con la corrección.Imagino que somos muchas/os, las que defendemos la razón frente al grito o a la violencia . Imagino que somos muchos/as, los que diferenciamos las creencias profundas, con la evolución de las ideas. Que no nos sentimos en posesión de la verdad, que cuando decimos: la gente, nos incluimos para bien o para mal. Y que solo la cultura, puede hacer vivible un mundo que ya tiene demasiados primates sueltos.
