Inadecuado. Sabía que lo era, además de tener la sensación de pérdida de meses, todos los que pasó deseando encenderle y no lo hizo. Tiempo, sobre todo al principio, que pasó buscando un escape al ansia que le corroía, calmando con esfuerzo, el temblor de las manos, con infusiones, carreras o simplemente oyendo la música que aplacaba la zozobra, o por lo menos entreteniéndole . En cambio, en este momento, dejó de tener importancia la percepción de su propia heroicidad. Llevaba cuatro meses, exactamente, ciento diecinueve días, sin fumar. Y ahora, encendía uno, con la inconsistencia del gesto conocido. A Pelayo, le daba igual.
Contempló el fósforo encontrado en el fondo de la caja de zapatos. Una caja vieja, donde yació desde sabe Dios cuantos años atrás. Desde que le vio, temió que fuera incapaz de prender, mientras sujetaba el cigarro con unos dedos enrojecidos aún. Lo encontró con la facilidad de todo lo demás. Mauro, lo llevaba en el bolsillo interior de la chaqueta, donde buscando documentos que eliminar, topo con el suave manto de papel, que ante la presión de sus dedos, transformó la búsqueda en sorpresa. Pelayo, reconocía que de no ser así, hubiera sido imposible encontrar un cigarro sin salir a la calle. Todo formaba parte de una banalidad casual.
Necesitaba tiempo, para pensar los pasos que seguirían al irremisible, que acababa de dar. El cigarro, que no era deseado, le ayudaría con el gesto preciso de fumarlo con calma, para decidir sus próximas acciones. Que eran definitivas, si no quería pasar el resto de su vida encarcelado. En el suelo, el cadáver de Mauro, iba perdiendo la compostura cálida en la que había caído. La sangre había dejado de manar hacía rato.
Fin