Malavida

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Quien me iba a decir a mí, que llegados a esta altura de la vida, me encontraría en el puesto más alto de la encumbrada nación, aunque descabalgado y sin poder, como un mulo viejo atado con correas esperando la muerte. A mí, al hijo del porquero de Malavida. No solo eso, el hijo del porquero borracho de Malavida. Una sorpresa el destino, chica, una sorpresa. Es bueno que sepáis, los ciudadanos del país, los que vivís ahora, quien es vuestro presidente, que aunque maltrecho,que más parece odre podrido que ser humano, fue lo que fue y aquí ando para recordarlo, chica. No ocultaré nada, al contrario, quiero mostraros lo que calló la historia, porque ya no hay que hacerlo. No hace falta negar o disimular. El legado que yo, vuestro Presidente muy amado, os dejo es evidente, poco antes de dar cuenta a Nuestro Señor, quiero contaros la vida. Porque las cosas suceden porque suceden y porque los hombres vamos a por ellas. Nada es fruto de la casualidad, chica, no te lo creas. Nada. Todo llega porque llega, y debe ser tal lo que es. Orden del Universo, lo llaman.

Cualquiera que conociera al arrapiezo que tornaba cada noche, desvencijado de sueño, por las callejas  anegadas de polvo seco, que husmeaba la nariz, amartillándola y haciendo estornudar a cada poco, llevando los ojos prendidos de los escasos árboles que mantenían con cautela a la pajarada, la boca cosida de fruta agría y a duras penas sobreponiéndome al miedo y al cansancio, o al cansancio y al miedo, que con el paso del tiempo y de los sucesos acontecidos, los caminos, las haciendas, hasta las vidas de los malavidenses fueran míos. O casi, porque no me niegues, chica, que ellos, vosotros, no me amáis por encima de todo. Yo, el presidente, fundador de un tiempo que no se olvidará. Creador de una estirpe de hombres ilustres que ha dado soltura y empaque a la nación de Malavida. Veo que esbozas, como con cuidado, una sonrisa, de medio lado. Quizá el sarcasmo encumbre esa boca de desencanto, que pretendes disimular mientras trajinas en la alcoba. No te confundas, chica, éste que ves ante ti, panzudo y derrotado por los años, no fue así siempre. De haberme conocido tiempo atrás, cuando ceñía mi cintura la espada del prócer. Cuando los nubarros del gentío aporreaban las manos para aplaudir mi llegada, y débiles corcelas, como tú, con caderas abotijadas y cimbreantes, se me ofrecían con el entusiasmo que da el amor y la admiración y yo elegía cada noche a una diferente.

Las elegía con la cautela que da el gusto por lo bravo, el goloso placer de saborear la carne, que trémula se ofrece con el espasmo de un placer conocido. Ellas, con solo olerme se encelaban, dejaban a su paso el rastro de la escarcha que la pasión provocaba en sus entrañas más profundas. Las oleadas de  viscoso deseo que provocaba a mi paso, colmaban mi afán de hembra, cada noche. Hasta hace bien poco, no sonrías, chica, que veo tus labios contraerse con la mueca del sarcasmo, de nuevo. Decía, que hasta hace bien poco, las piernas de las hembras, se abrían para mí. Jineteaban al sol para entregarse, o mejor aún, para entregar a las hijas, que en ofrenda me traían. El pueblo bienamado, a veces es preclaro, otras un poco ruin. Es cierto, eso les honra, chica.

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Ahora, ya me conformo con la Vivian, que tiene los pechos cansados, y la barriga triste, como yo. Me arropa con su carne decaída, aviva un tanto mi calor, me mece con ese lecho cálido de su vientre entreverado con caminos de nácar. Con ella me conformo, chica, pero aún a veces la furia me bulle en la cabeza. Una pena, porque solo se encumbra en el cerebro, no llega a donde debería llegar, y por joven y tersa que tenga la hembra cerca, mi cuerpo no responde. Eso es duro, chica, para un hombre tan bravo como el que tienes enfrente. Me desanima y me duele en el alma, no poder desbravar a jinetas tan anchas. Pero el tiempo pasa, chica. Lo vivido, vivido. Y como ya te dije: quien pudiera pensar, del rapaz que abovinado dormía entre  la paja de un jergón alerta a la llamada del gallo, que llegaría tan lejos.

 

Lamento la muerte que se produjo, no ha mucho, en mi vientre. Siento un acolchamiento en el miembro, en donde antes había bravura, incluso en la internidad de mi abdomen, pero al fin, todo murió. Lo siento así, y es peor mil veces que la muerte total, chica, te lo aseguro. Para quien acostumbraba a montar diario, incluso varias veces, si la montura difería, es triste, sentir tan yerto el vientre. Y no te rías, chica, que noto en tus ojos atisbo de ironía. Por eso, recurro a la memoria. Me prendo de ella, para poder vivir.

 

Nací de una malquerencia. Mil veces lo  restregó mi padre, cuando le daba vigor el vino y el aguardiente que bebía. Mil veces le escupió a la madre, que abocinada se le entregó en un pajar, casi sin insistencia. Él, cuidaba los puercos de los vecinos, vagaba por los pueblos, sin ansia ni ambición, cuando una madrugada, se cruzaron los pasos con los de una mujer, casi niña. Pocas palabras, debieron  trenzar. La subió al pajar;  allí en el hueco dejado por su cuerpo, caliente aún, del reciente despertar, la tomó una y mil veces. Los mujidos de vaca, los espasmos de la mujer aquella, debieron levantar al padre, que armado con guadaña, persiguió al rapaz, hasta darle alcance. Poco después se desposaban, ella ensimismada aún, él, no repuesto de una tibia sorpresa que da poner cadenas a una vida amartillada con ansias de libertad. Así me engendraron, chica. Sin amor, pero con mucho celo. Que mi madre, desde entonces, no quedaba en la era, ni en la ribera del río, lugar donde no dejara su rastro, de mujer encelada. Por eso él, mi padre, ahogaba en aguardiente el ansia de salir corriendo y no parar hasta donde el mundo pierde el miedo. Allá quedó, encerrado entre la jacaranda de mi madre, el ceño de cemento del abuelo que lo vigilaba de cerca, no fuera a desmandarse y sus propias incongruencias que hacían de él, un bravucón cobarde. Pagaba conmigo el furor que los otros le producían. Conmigo y con la vara que amainaba su furia. Hasta que un día, tomé yo la vara de centeno, la rompí en varios trozos y con mirada de furia, encelada de odio, le juré por mi madre, que si volvía a tocarme le doblaría la espina hasta dejarle yerto. Le daría hasta hartarme, juré, por todos los dioses del Olimpo y hasta por los que no se nombran. Debió de notar la decisión tomada, que pronto se fugó.

En una madrugada. No lo vimos partir, dejó la cama, cargó con un ligero petate y marchó. Nunca más supe de él. Años más tarde, lo busqué. Pensé: “viejo, sin rencores, si apareces, sería bueno, por la estirpe”. Pero no supe nada. Miramos hasta debajo de las piedras, revolví el país hasta el cimiento. Se lo tragó la tierra. Lo vieron, algunos, me dijeron, por el puerto de Salinas, traqueteando mareas, y tomando en las tascas, sin freno. Tan solo eso conseguí, después de varear el país para darlo caza. En cambio, la vieja, siguió como si nada. Pienso que  esperaba su huida desde el principio, por eso lo agotó tanto. Esperó  su marcha desde que el abuelo, con la vara, le midió, arrojándolo de cara en la iglesia a una boda precoz. Por tanto no sufrió. Casi, pienso, que liberó la carga. Desde entonces, se dedicó a la piara, a cuidar de la casa, trabajar como mula de carga y de vez en cuando algún regocijo sé que cumplidamente se daba, con algún pastor, o caminante que por la casa se acercaba. Ya no mugía como con el padre pero el regocijo era sonoro, que nos llegaba al oído, haciendo los habitantes de la casa, como si no oyéramos el desafuero.

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Yo bregaba con todo. A veces me escapaba a la era, cansado de no ser nada, de dar vueltas y vueltas al molino cotidiano, donde todo era como ayer y se tenía la seguridad de que el mañana sería también igual. Envuelto en las brumas amarillas de un sol que calentaba amarilleando los campos, como fuego encendido. Se me iba la cabeza, a lugares remotos, que ni sabía que existían. Solo los intuía. El viejo, antes de irse, trajo un día a casa, con sigilo y con misterio un paquete redondo. Yo atisbaba desde la puerta. Entre siseos y contubernio, lo abrió, poniendo delante de los ojos, un gran globo terráqueo. Hoy sé cómo se llama, entonces ni idea. Mis ojos desmesurados, contemplaron el figurón y pregunté despacio.

-¿Qué es eso padre?-

-Esto es la tierra-

-¿La tierra?, la tierra es roja, a veces polvorienta-

-No sabes nada, niño, esto es la madre tierra. Es el globo terráqueo. Aquí vivimos todos-

-Que no padre, que no puede ser así, redonda. Nos caeríamos-

-No, ignorante. No podemos caernos, porque vamos pegados-

Le miré alucinado, pensé, que era efecto del vino que tomó en la cena. Poco a poco, fui contemplando ese globo, situando los continentes, viendo los mares, preguntándome si sería posible que fuera como dijo. Que eso fuera la tierra, donde vivimos todos. Más tarde, en la escuela, me enseñaron que era cierto. A partir de entonces, la mirada se me perdía contemplando el discurrir de los continentes y océanos, pensando en cómo serían los confines. Tendrían ríos, como nosotros, tan largos y arriscados, o simplemente el polvo cubriría caminos, enrevesando pasos, con senderos de esparto. Como Malavida, pensaba yo entonces, que todo se reducía a lo mismo. Aun así quería conocerlo. El hambre de aventura se estaba despertando ante la visión de ese globo. También el hambre de poder, que es, quizá, chica, el hambre más poderoso; el que mueve guerras, sinsentidos, deshace familias, haciendas y dignidades.

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Me daba miedo salir del seno de mi pequeño pueblo, donde todo era conocido, estaba bien seguro. Con la garrota del abuelo presta a espantar a los extraños, o a cualquiera que se acercara con malas intenciones. Con el plato caliente cada día, con la sopa humeante cada noche. Aunque me descoyuntara de apilar la piara, de correr los guarros, de sembrar la tierra. Me sentía seguro. Nunca soñé que llegaría a esto. Por si lo quieres saber, chica, yo apenas tenía sueños, o eran nebulosas oscuras que nada definían. Quizá por desconocimiento, nada sabía del mundo más que lo que veía dibujado en la gran bola que el viejo trajo un día. Se me quedó  prendado el entendimiento de aquel globo, que el tiempo sumió en el polvo del pajar y no volví a encontrar, que también lo busqué, chica, como al viejo, con denuedo, porque con él…Con él, empezó todo.

 

Conforme crecí, alguno sí me vino, sueños, digo, chica. Con la Edera. Con esa sí soñé. Es que ella lo buscaba, sabes. Cada día me esperaba en la era, con la mirada escarchada y brillante. Como brasas humeaban sus ojos. Sentada en una piedra, con las piernas trotonas, así, una encima de otra, bamboleándolas, incitando. Yo todo ojos, chica, no dejaba de mirar, aquella boca, que  cuando se habría, sonaba como cueva. Los pies descalzos, sorteados de polvo, las uñas ennegrecidas de caminar descalza, con churretes de roña vieja en los tobillos, y la falda colgando, dejando ver la sima en que se hunde el mundo. La melena en guedejas, aliñada con brozas, que ponían reflejos pajizos en el pelo zaino y mal peinado. A veces, me miraba, retándome, mientras yo asustado, corría a esconderme entre las matas, oyendo la risa de hurón que salía de su boca. Llamándome.

-Chico, ¡eh! chico, ven, no tengas miedo. Quieres verme de cerca, chico-

Yo, prendidos los ojos de sus ancas, la miraba entre el suave telón de los  matojos, entreverando la visión de su cuerpo. Hasta que un día, en que robé un buchito de vino al abuelo, para darme valor, pude acercarme. Salí del matorral,  ella espumeaba calor por la comisura de los labios. Alargó una mano, la posó en mi hombro. No te imaginas, chica, la descarga que recibí entonces. Como mil rayos, cruzaron mi espalda, al contacto cálido y humedecido de la mano de la Edera. Me atenazó del hombro, forzando mi cercanía. Yo ni sabía qué hacer, chica. Hoy se sabe todo, entonces estábamos aislados, en medio de la nada, que era  el páramo de Malavida. Cuando llegué hasta ella, te juro chica, que sudaba copioso. Al verla más de cerca, observé que en su boca tenía la consistencia pegajosa del placer, en  los ojos bullían unas pupilas beodas y deseosas.4

Hundió su boca en la mía, engulló de una vez mi lengua buscándola con la suya. Aprecié el sabor de su saliva, con reminiscencias de menta, de tabaco viejo y de vino. Y ya no supe más, porque entré en una zarahúrda de sensaciones bajas. Ella jugó con mi cuerpo, con mano diestra descubrió los caminos que conducen al éxtasis. Cuando me quise dar cuenta, montaba encima de mí. Enjalbegada, cabalgándome con espuelas de espanto, la contemplé yo también enfebrecido y vi un rostro no era el de la Edera, no, era más bien el de una orate o de un ser en plena ebullición comunicándose con dioses del asombro. Poco después me quedé como muerto, y ya no supe más, hasta que la noche nos cazó como a liebres. Después de aquello, me acercaba a la acequia todos los días, la olía mucho antes de que llegara y ese aroma felino ponía alas en mis pies pesarosos hasta entonces. Fue todo un verano, en que disfrute de la Edera, en el que retozamos por el amplio zaguán de la vereda del rio. Con el tiempo y la práctica nos hicimos expertos en sacar de los cuerpos más y más placer. Nos herimos de muerte temprana en eso de gozar. Ya nunca me curé, chica, por eso en toda mi vida, busqué hembras bravas que montaran feroces como hizo la Edera, en aquel verano.

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El poder llegó después, chica. Por eso guerreé por montes, riscos, valles, llené plomo en vientres que ni conocía, cambié mil veces de idea, dependiendo del precio y del poder que se ofreciera. Con ello, llegué a conquistar palmo a palmo un país como Malavida, chica, que no merece mucho desvelo porque es impío por naturaleza. Primero agasajaron con miedo y con fervor enfebrecido mi presencia, ofreciéndome mujeres, casas y hacienda. Sí, chica, no musites, que noto tus puyas, aunque las digas bajas; otras, es cierto, lo tomaba yo, bueno mis hombres, que jaleaban el poder que emanaba de mí, a esperas de las migajas que mi rapiña producía. Siempre es así, chica, unos roban para que otros se queden quietos, y luego tomen el relevo, chica. Desde que el mundo es mundo, el hombre rapiña cuando puede, y si no lo hace, lucha por hacerlo. No existe eso que los revolucionarios,  llaman, o llamamos, el bien común, chica. Patrañas, que te lo dice quien utilizó esa monserga durante mucho tiempo. Nada más que  cantilenas, chica, te lo digo yo, que fui pagado largo por  amo lejano, con tal de dejarle la tierra, mientras discurseábamos sobre la libertad, la patria y el decoro. Palabras, chica. El amo es quien más tiene, fue así siempre, desde que el mundo es mundo. Yo estuve por encima, tantos años, que me parecen siglos, casi desde que el mundo se inventó. Estuve por encima, pero también tuve amo, no te creas. Mi amo, me pedía la tierra, y con ella esclavizar a siervos. Mientras hablábamos de patria, de campañas heroicas, de honor. Yo vendía la tierra a cambio de poder, chica. Buscando, ¿sabes que chica? buscando tener hembras, como la Edela, a mi servicio y poder, mucho poder. Buscando no morir, chica, porque el poder te hace creer que eres inmortal. Y esa es la mentira, chica, que nos cuenta la vida. Mírame, soy un odre podrido con el vientre muerto, que no puede disfrutar ni de una virgen. Se me llevaron el poder los amos, para dárselo a otros más bizarros que se creen la falacia. Me dejaron aquí como símbolo marchito de una revolución que convenció a muchos, pero benefició a unos pocos. Mientras ellos, los amos, los de verdad, se repartieron todo. Por eso sigo con estos entorchados, con cíngulo y manipulo, cual obispo despistado. Porque les conviene mantener unos símbolos, así los tontos siguen creyendo en las patrañas que vende, mientras se llevan lo que de verdad vale. Y así continúa el mundo. Nos cuentan, o nos dejamos contar porque nos interesa que el poder es eterno. Que los siervos obedecen de forma indefinida, y no es cierto. Al menor titubeo, o cuando el amor, tiene alguna duda, te cambian, chica. Te aparcan como a un animal de tiro que yace esperando la muerte en la cuadra, cuando no es útil. Así es, chica. Por eso te lo cuento

 

FIN

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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