Las gafas negras©.

 

Siempre me han desvelado las gafas oscuras, como si cubrieran un misterio inabarcable, ojos siniestros donde se trasparenta al asesino o al psicópata que lleva la mirada implícita. Si a las gafas negras le sumamos un pelo laminado hacia atrás como si fuera lamido por lengua infame, un ceño de cemento y el gesto adusto de los que aíslan el mundo que les rodea con desconfianza, me produjo la visión un sobresalto que anidó con fuerza en mi cabeza.

Era tarde, una hora indefinida de la noche, en que da un poco igual mirar el reloj. Mi avión se había retrasado; salí del aeropuerto con prisa, azotada por el cansancio que acumulaba de varios días sin dormir en mi casa. Tomé el taxi sin fijarme en las luces tintineantes de la ciudad cercana. La carrera fue rauda, ambos-taxista y yo- debíamos tener prisa. La ciudad se observaba silente, con las calles dormidas y apaciguadas por la luz amarilla de farolas de vapor de mercurio que unidas a la niebla, afantasmaban los edificios haciéndolos parecer algo impreciso, casi inmaterial.  Mientras el conductor sacaba la maleta, observé el portón giratorio que daba entrada al hotel. Mostraba una recepción que pudo ser de lujo si la decadencia no hubiera agotado el lustre. Entonces fue cuando le vi.

 

Caminaba despacio, paso marcial, envarado, mirando al frente con los ojos velados por esas gafas negras que aislaban su mirada. Pensé al momento, que esos lentes protegían algo siniestro, infame. Le rodeaban tres tipos, trajeados de negro, camisa de un blanco despechado, corbata fina, negra. En formación prestaban coraza y cobertura al tipo de las gafas. Entraron adelantándome; rebasaron mi cuerpo y mi maleta dejándome la sensación de que era trasparente. Sin verme, como si fuera de cristal.

Por instinto me aparté dejándolos libre el sitio. El conductor del taxi huyó sin querer pararse a contemplar la escena. Había algo infame que impregnaba el espacio con tentáculos de medusa invisible. Sentí la desconfianza que antecede al miedo.

El aire gélido de la noche, me despertó del desconcierto. Entré, caminé suplicando que se agilizasen los trámites de recepción. No fue así. Ellos aún estaban ante el mostrador hablando con el chico de forma severa. Él, los miraba aquiescente, con los ojos sumisos y una sonrisa de hielo en la boca. Esperé detrás sin darme por vencida o dejarme llevar por el cansancio, erguida la espalda queriendo demostrar un aplomo que estaba lejos de sentir. Hablaban un idioma extraño, quizá polaco, o rumano, porque ruso no me parecía. Me concentré en el trámite que me esperaba al día siguiente, dejando translucir un poco mi enfado, por el retraso. Mientras, ellos, farfullaban palabras subiendo el tono que ya dominaba la estancia, resonando por las paredes enteladas, rebotando por los cortinajes brocados de florones y los sofás que mostraban señales de los cuerpos que durante años se aposentaron con calma o esperanza sobre ellos.

Hablaban los de negro, él, en cambio, permanecía callado, hierático, manteniendo el gesto adusto mientras los acólitos llegaban  a mostrarse enfadados gruñendo en el áspero idioma que remataba las palabras con  silabas silbadas.

 

 

Al poco resolvieron, subieron en el ascensor guiados por un joven de librea y gorrito ridículo que en los ojos llevaba colgado el sueño de una noche inacabada. No portaban equipaje, ni portafolios. Nada. En su cintura se marcaba un bulto que bien podía ser una pistola.

Al perderles de vista, avancé hacia el recepcionista, que aliviado los contemplaba desaparecer. Dejé mis datos, me dio la llave y tomé, como ellos, el ascensor, sola, sin botones que me guiara. De camino suplicaba a ese Dios que ampara los apuros que me hubieran dado otra planta diferente a la de ellos. No quería cruzármeles en el pasillo ni volver a ver sus figuras siniestras.

 

Esa noche dormí de forma entrecortada, por mucho que quisiera, y el cansancio me doblara, una rara incertidumbre suspendía mi sueño. Cuando parecía que  la narcosis sumió mi cuerpo en el pozo del descanso, unos ruidos secos, cercanos, me desvelaron. Algún grito soterrado por el silencio del hotel, palabras ahogadas y un llanto acuoso, me terminó de despertar, ampliando la vigilia a todo mi cuerpo. De pronto un ruido que crujió paredes y hasta el tempano, me sobresaltó. Sentada en la cama, envuelta en la oscuridad de la habitación me di cuenta que fue un disparo. Salté sobre la cama, como si al estar de pie mis sentidos se aguzaran y pudiera percatarme de lo ocurrido en la cercanía de mi alcoba. Contemplé la puerta con pavor, seguía cerrada sepultando la distancia y el miedo.

 

Surgieron dudas. Quizá debiera llamar a recepción, decirles lo que ocurría cerca de mi habitación. Lo descarté pensando que todos debieron oír aquella detonación. No haría falta mi denuncia, tan solo rebelaría mi presencia y ser testigo de algo desagradable. Opté por quedarme quieta, no hacer nada, no mostrarme. El terror se hizo casi masticable. Es posible que al percatarse de mi  existencia vinieran a buscarme…Volví al lecho, me sumergí entre las mantas parapetando mi cuerpo con tan liviano parapeto. Me tapé entera como si una simple tela pudiera protegerme del miedo.

 

Desperté escuchando el sonido del teléfono mientras el sol tibio de la mañana rompía la monotonía de los cortinones que eludían la ventana.

-Buenos días, señora Solanos, tal como nos dejó dicho anoche, la avisamos:

son las ocho en punto-

Agradecí el despertar, desperezando el cuerpo dolorido por la contorsión de haberme enrollado sobre mi misma durante las horas de ese sueño que al fin me llegó como ensalmo del miedo.

Abrí la ventana, dejando entrar el aire gélido de una mañana soleada e invernal. Me atreví a asomarme al pasillo. Nada. La más absoluta normalidad reinaba entre la hilera de puertas que se mantenían cerradas. A lo lejos, un zumbido de aspirador, me indicaba que las funciones del hotel seguían su curso sin alteraciones.

 

 

Al bajar a recepción, me atreví a preguntar.

-Buenos días, ¿qué pasó anoche?-

-No entiendo, señora, ¿qué tenía que pasar?-

-Oí la discusión en ese idioma que hablaban los que llegaron al tiempo que yo y el estruendo del disparo. Fue todo cerca de mi habitación. El tipo de las gafas y los guardaespaldas…-

-¿Tipo de gafas? ¿Disparo? ¿Discusión? El hotel está vacío, señora Solanas. Usted es la única ocupante. Nadie se hospedó ni hoy ni ayer. Es temporada baja, no hay nadie, señora, sin duda usted ha tenido un mal sueño-

No insistí, porque el bloque monolítico que ofrecía el recepcionista era inexpugnable.

-No lo creo, pero da igual, si usted dice que no ha pasado nada, quizá tenga razón-

-No lo dude, en el hotel Astoria, nunca pasa nada, señora, reina la más absoluta tranquilidad. Sin duda todo es efecto de un mal sueño-

Entregué la llave, contemplándolo con escepticismo. Mis ojos le decían que era un cretino, mientras mi boca se despedía con el comedimiento de la buena educación.

Al salir, sentí como barría mi cara el aire serrano que peinaba el mes de Febrero. La gente caminaba con prisa en pos de destinos inciertos. Caminé deprisa para despejar el frío de mi sombra. Evitando el viento, doblé la esquina, dándome de bruces, sin darme cuenta, con una pechera blanca. Levanté la mirada hasta toparla contra unas gafas oscuras, detrás de las que se adivinaban unos ojos de hielo. Me rodearon, me tomaron por ambos brazos los hombres del traje negro hasta introducirme en un coche también  negro, que los esperaba en medio de la calle.

Hoy lo cuento, ensimismada,  como despedida en medio de una celda que es todo mi presente porque el futuro no existe, lo decidió el hombre de las gafas. Sigo aquí ni sé por cuanto tiempo ni si veré la luz. Como premio a mi aquiescencia me han dejado unas hojas, un lápiz y rasgar la memoria. No creo que les moleste que cuente lo vivido.

#MariaToca

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
Esta entrada fue publicada en relato largo y etiquetada , , , , , , . Guarda el enlace permanente.