La sala de baile

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Subía las escaleras, como todas las tardes a esa hora, con la cachazuda calma que precede al espasmo de energía al salir a la pista. Mientras avanzaba, otras bajaban raudamente, casi a trompicones, propiciando algún choque o roce que hacía que las miradas se toparan con rabia contenida. “Mira por dónde vas”. La otra,  a veces respondía, otras, solo el choque de ojos montunos era la respuesta. Hoy no tengo ganas de pelea. Hoy a los roces casi voluntarios y procaces,  no contesto. Simplemente debo resguardar la leve capacidad de energía para luego. La jornada va a ser dura, no tanto como mañana, pero siendo viernes, llegarán los cacerolados , que se arriman sin piedad y con prisa. Tienen el tiempo escaso, y lo saben. Les espera la esposa en la casa, con la cena puesta en la mesa. Si no quieren tomarla del todo fría, han de apresurar sus ímpetus y dejarse de preliminares. Es difícil aguantar, con los codos enraizados en sus pechos para que no apoyen el peso de su deseo en mi cuerpo. Los viernes, se sabe, terminamos todas con dolor en los brazo, de sujetar a los toritos bravos que pretenden en una hora llevar en la mente, el dibujo exacto de nuestro cuerpo, palpado y sobado a conciencia.  Mientras el rastro de sudor pringoso, atenaza la espalda con una mano engarfiada alrededor de las nalgas. Sabemos que hoy no es día de ceremonia, ni de pasamanos ligeros. Los viernes, toca sangre. Y se sabe. Quizá por eso, estemos más crispadas, como a la defensiva, incluso entre nosotras.

 

Estoy muy cansada. Ayer me quedé cosiendo hasta tarde. Debía terminar el traje de Matilde Araujo. Llegué a casa a las tres, eran casi las cuatro cuando tomé el overol para terminarlo. Acabé a las cinco.  Dormí solo tres horas. A las ocho, Manolito se levanta para ir al Colegio, me gusta que me vea. Sé que él puede preparase el desayuno, pero no importa, quiero hacérselo yo. Peinarle, atildarle, verle caminar con su mochilita, hacia la calle, con la cabeza baja, contando los pasos. Y cuando llega a la esquina, recibir su saludo desde el balcón. Luego retomé la labor. Adecentar la casa, planchar el traje de la Araujo, deshilacharle, envolverle en papel de seda y presta llevarlo. Al volver era mediodía, ya estaba Manolito en casa. Al poco de comer, descabecé un sueño ligero. Y aquí estoy, con el apresto de nueva. Cargando los ojos de rímel, dando pinceladas de humo sobre el parpado, y derrochando carmín en los labios, apenas se nota el descalabre que llevo por dentro. Así es la vida.

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Suenan los primero acordes, si no me apresuro, la Luchi me castiga, seguro. Por cinco minutos, penalizó a la Mónica, con cinco duros. Da igual,  que hubiera ido al dentista, incluso vino con el papo hinchado. Es lo mismo, no hay piedad: “Si lo quieres lo tomas, si no lo dejas. Hay cientos esperando turno, más jóvenes y más guapas, que sois percheronas ya” .Así dice la jodida. No hay piedad. El camerino está despejado, mejor, de esa manera me coloco las medias y el vestido en un santiamén. Conseguiré estar a tiempo.

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La sala está casi vacía, pronto llegarán los cacerolados. De momento solo hay cuatro gatos aislados que pasean su mirada vacía sobre el género, que somos nosotras. Buscando algo diferente, lo noto en como miran. Escrutan, analizan con la duda prendida en unos ojos sin piedad.  Ahí van entrando, con la cara aviesa, la mirada dura, no pierden el tiempo. La dirigen directa a los senos, y luego atrás. “Buenas ancas”,me dijo, la pasada semana aquel barrigudo que olía a una mezcla de betún y colonia barata. Arreboladas las mejillas de un rubor que no sabría decir si era de atrevimiento, o natural. Me ciñó, como si tomara la cincha de un burro. Tuve que decirle, que si apretaba fuerte, no podía moverme. Me miró como se mira a un objeto deseable pero detestado y contestó: “No perdamos el tiempo, muñeca, ambos sabemos lo que hay que hacer”. “Sí bailar”. Contesté con el ceño prieto y la mirada dura. Me cambió raudo por la Montalvez. Esa es de otra pasta. No tiene prejuicios, se deja amasar las carnes como si no se enterara. Los bajitos, apoyan el rostro en su pecho, que hay que ver la cara de arrobo que ponen, mientras ella otea el horizonte en busca de su próxima presa. La Montalvez, no hace ascos a nada. Da igual que huelan. Porque a veces, entre el movimiento y un deseo caballuno, sudan y apestan. Se hace irrespirable, el hedor, a veces. Yo es lo que peor llevo. No me importan feos, la verdad, que guapos vienen pocos, todo sea dicho. Pero no que huelan. Gracias que me hice del truco. Traigo un perfumador repleto de romero, cuando no puedo ya más, pulverizo el ambiente, haciendo que las gotas les caigan encima. Por un momento se disipa el hedor, y puedo seguir.

 

Lástima que no fueran todos como don Eladio. Es mayor, solitario, eso se nota enseguida. Viudo, me contó, de una gran mujer. Por eso viene aquí. No quiere sustituirla, con nadie. Salían a bailar todos los sábados por la noche. Se conocieron bailando, me contó. Ella era una gran almea, toda estilo, finura, con vestidos drapeados para desprender una abanico en la rebolera y dejar las piernas al aire, pero con recato, “no vaya usted a pensar que era una descarada, no, al contrario. Bella, pero con recato, pero eso sí, el abanico que formaba su falda al rebolearse con el tango era pura gloria, que notaba en los ojos de los contemplantes el admirado deseo”. Todos los sábados iban a la pista de baile. Al “Hechizo” cuando éste existía, “que usted es joven, no le conoció, o al “Restinga” después. Sitio de lujo, solo los grandes danzantes se atrevían en las pistas del “Restinga”, no vaya a pensarse. Ambos, hacíamos una gran pareja. Ella pequeñita, redondita, así como usted, con caderas poderosas, no se me ofenda, por Dios. La carita dulce, la mirada agacelada y moruna, como la suya, mismamente. La boca jugosa y sonriente, eso no lo tiene usted, me perdone, pero su boca es más adusta, más agria, como si la costase sonreír. Mi mujer no, ella sonreía constantemente, la vida la veía con ojos de colores, decía ella. Hasta el final, sonrío hasta que se la cerraron los ojos, se lo juro. Boleros, bachatas, danzones,  tango; no tenían secretos para nosotros. Nos  hacían corro, y  aplaudían, a veces, al acabar la pieza”. Él ahora, viene aquí, dice que cuando baila siente que ella está con él, que allá a lo lejos,  sonríe satisfecha. No quiere que esté triste, y debe bailar, por ella. A veces se arrima, pero en cuanto hay algún roce, pide un perdón muy lánguido, se le escarchan los ojos, se le nubla la vista y presto se retira. Huele a limón y canela, el bueno de don Eladio, a frescura de verano, a días de sol. Huele a limpio y a verdad.

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Con él, el tiempo se hace más corto, casi ni me doy cuenta y ya son las tres. Se queda hasta el final, luego me acompaña hasta casa.

-No es bueno que la vean sola a estas horas, hija. Siempre hay algún desaprensivo suelto. Puede tener problemas-

 

Caminamos lento, apaciguando los pasos, para que duren y no se acabe el trayecto. Se queda esperando a la puerta del portal, hasta que no oye el llavín de la puerta, no marcha. Es un caballero. Debió de quererla mucho. Una noche, mientras caminábamos, me enseñó su foto. Morena, sonriente;  unas hondas  de pelo tiznado adornaban su frente, unos labios sangrantes dejaban atisbar una sonrisa que daba luz aún en la oscuridad de la calle. La foto amarilleaba, mostraba unos costurones de llevarla en la cartera plegada. La sacó con el desamparo de quien muestra algo muy preciado. La sujetó en sus manos, contempló su imagen, y luego quedamente me la mostró, como quien enseña un tesoro muy preciado, muy querido. Al devolvérsela, noté que sus ojos brillaban en la oscuridad. Se acristalaron con el agua de unas lágrimas contenidas. Me gustaría ser amada por alguien como don Eladio. Casi da lo mismo morirse, si alguien te ha querido así.

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Llega el rebaño. Hubo una concentración de comerciantes. Nos avisó la Luchi: “Hoy habrá zafarrancho, muñecas, así que todas dispuestas a darlo todo. Hay un grupo de comerciantes que vienen a visitarnos. Quiero que se vayan encantados. Se hagan lenguas de lo cariñosas y lo bien que os movéis. Traerán más clientela y lo necesitamos todas, ¿o no?”

Es cierto. Lo necesitamos. Yo con desesperación. Con la costura, malamente llega para la comida;  el alquiler y las clases de Manolito salen de la sala. Y no llega, que debo un mes del colegio del niño. Le han llamado la atención dos veces, pasa vergüenza, lo sé, pero se hace cargo. Sabe y conoce mi lucha. Por eso hoy a aguantar babas, con la sonrisa colgada del rostro, sin que haya un mal gesto, ni una mera mueca.

 

El zapato aprieta, llevo varios pisotones encima. Se ensimisman mientras los pies se les enredan en mil contorsiones. Si bailaran al menos como don Eladio, que sus pasos son meros vuelos sobre el suelo. Marca con la mano, no puede evitarlo. Siento en mi espalda, como va marcando el ritmo, con cadencia y respeto. Da gusto bailar con él, casi diría que disfruto. Hay veces que cierro los ojos;  sueño, que no estoy aquí. Que es un apuesto marido, que me lleva a cenar  y a bailar. Luego nos espera una casa cálida, con cortinas y cretonas en los sofás. Unos ventanales por donde entra el sol, un patio donde Manolito juega con una bicicleta nueva. Yo, en la cocina, tengo hasta nevera. Y coso, solo por afición. Mis vestidos, alguna bata para las vecinas, pero sin apuros. El dinero sobra. Hay calefacción, y en verano unos amplios  ventiladores airean las estancias, hasta que nos vamos a la costa. Veraneamos en Santander, a la orilla del mar, al que vamos en un suave balandro, surcando las olas, como ave sin alas. Eso sueño, mientras don Eladio me mece en sus brazos, dejándome llevar por el ritmo de su mano en mi espalda, liberada de evitar los pisotones o de apalancar los brazos para impedir que restrieguen su cuerpo demasiado con el mío. Con él puedo descansar y disfrutar de la música.

 

Me ha sacado uno a bailar. Tiene orejas caballunas. Asoman por sus oídos unas crenchas como pequeñas crines de caballo. La nariz aguileña, el pelo escaso, la barriga prominente. Se le nota que  tomó más de lo que su hígado recibe. Por el olor y por el trastabilleo de unos pies encontrados al danzar. Pero es manejable. Intenta arrimarse, con cada vuelta que doy. En el danzón, él, se apresta a acariciar mi espalda y rozar mis senos. Tolerable. Hay que dejarles acercarse. Lo justo para evitar la náusea y que vuelvan. Solo de esa manera se engolosinan con la danza y vuelven fielmente semana tras semana. Que es lo bueno, como nos dice la Luchi: “Niñas, el secreto de este trabajo es hacerse una clientela. Si conseguís danzantes fieles, estáis salvadas, ni la lluvia ni la tormenta, hace a un cliente quedarse en casa. Gana la casa y ganáis vosotras.  Clientes fijos, no lo olvidéis, niñas”.

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Tengo algunos fieles. Está Ramón,  apesta un poco, pero es generoso, deja  buenas propinas , que ni a la Montalvez se las dejan así. Ramiro Calle, el notario. Serio, no habla, no se arrima mucho. Creo que valora el que no le doy la lata, queriendo congraciarme con él. Viene, baila durante una hora, luego se va, sin más, apenas habla, solo con los ojos, que los posa en el poitrine  y no los aleja hasta que marcha. Un representante de lencería fina, don Justo, que a veces me hace regalos, medias de nylon, algún sostén de lujo, que agradezco dejando que sus manos esculpan un poco mis posaderas. Es viejo, fino, saliva un poco, a veces hablando me ensarta unos latigazos de espumilla que dan asco, pero sin malicia. A veces viene don Pablo, un mentecato que se cree un dios, porque tiene contactos. Se pasa el tiempo hablando de grandezas, de sus contactos, de sus amigos, de cómo viaja. Y yo me pienso: si eso es así, ¿qué haces aquí, pagando para bailar? Lo mismo es vicio, que de todo hay.  Y don Eladio. Esos son mis fieles, con los que cuento casi cada semana. Luego los otros, los transitables y los cacerolables. Hoy toca con éstos, no hay más remedio, a forzar brazo, a colgar sonrisa y mientras tanto, sueño con algo que nunca llega.

 

Fin

 

Acerca de Maria

Escritora María Toca: 1ºPremio Ateneo de Onda Novela, 2016: Son Celosos los Dioses 2ºPremio de Relato Ateneo de Fraga: El Paseador, 2014 Finalista Premio Internacional de Relato Hemingway, 2013 Finalista de varios premios más de relato. Poeta Articulista/Coordinadora/ Fundadora de LA PAJARERA MAGAZINE. Obra publicada: Novela: El Viaje a los Cien Universos Son Celosos los Dioses Relatos coral: Vidas que Cuentan Desmemoriados. Poesía: Contingencias
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