El lamento de lo que no se dice
de las palabras borradas por el viento,
de lo que se calla, sellando compulsos unos labios
cerrados por el miedo, o por vana decencia,
que llega a veces, hasta a ser cobardía;
ese silencio, a veces, duele.
Duele la tregua que ampara lo callado,
lo evitado, en pos de pasos de prudencia,
porque si no se dice, hasta evitar se puede,
pensar lo inadecuado.
Inadecuado, es callar cuando el grito
asoma a la garganta y la sojuzga
como tenaza fuerte, que aprieta
y cierra como garfio, la mano
sobre ella, apresurado.
Apresurados huimos de la verdad candente,
la que callamos,
evitamos contarla y diluimos
cualquier concepto, en aras de un gobierno
que nos ampare y nos cobije.
Cobije el alma, con silencio,
amparé la rutina como si fuera
una vulgar y pobre compañía
que apenas se percibe
y nos sojuzga en vana inconsistencia.
Inconsciencia, de callar lo que sentimos,
de obviar lo evidente,
de tendernos tretas a nosotros,
trampas, que nos encierran
en el doloroso silencio
como cárcel.
Cárcel, tejemos cárcel de palabras,
entre ellas enredamos las miradas
y luego, en el silencio, con la almohada
apenas reconocemos
nuestra cara.
Santander-17-1-16. 17,04