Días de alas, días aplomados,
que caen entre la flagrante umbría
de unos versos ensimismados
y cubiertos de sombras.
Tardes, mechadas con el viento
que viene a saludarnos
en lance tierno
contra el espeso tiempo
que esgrime las palabras
y nos brida la mirada por salvaje.
Palabras, bravas, impúdicas
evanescentes. Palabras,
perdidas como balas,
que vienen a rescatarnos
como si fueran brotes
de savia rezumando, en la tarde.
Balazos en forma de silabas
que maceran la carne,
desgarran la piel, y dejan fuera
el corazón latente, de una jornada,
con magia, y con recuerdos huidos
en pos de la nostalgia.
Disparan las palabras
como balas silentes,
como rayos de inusitada fuerza,
en forma de guijarros,
rasgando la solitaria tarde,
dejándola sin fuerza
tornándola nocturna
y bien inacabado, que torna,
cada día al origen,
como si fuera palabras
acalladas, ocultas en el simple
surco, labrado de la tierra.
Palabras, que hieren como balas.
Santander-7-2-16. 19,59.